lunes, 17 de enero de 2011

11. Sonreí...

Me desperté. Sí. Abrí los ojos bruscamente. No sabía dónde estaba pero no tardé en averiguarlo. Mi cabeza estaba apoyada en el pecho de Ismael. Al verme en semejante situación me levanté horrorizada. Pero luego, otra cosa me atormentó más, al ver mi camiseta hecha un ovillo en el suelo. ¿Yo no habría…? Suspiré de alivio al ver que aún tenía puesta la falda y los zapatos. Me dolía mucho la cabeza. No entendía que hacía yo, acostada sobre Ismael y en sujetador;  pero la idea, sinceramente, como que no me seducía mucho a recordar. Lo único de lo que me acordaba era de haberme quedado encerrada con él, dentro de aquél apestoso y pequeño cuarto lleno de estarías cubiertas de polvo y cajas. Iba a ponerme la camiseta, cuando noté la intensa mirada de alguien.
-No me mires-pedí sin girarme a observar el rostro sonrojado de Ismael.
-¡¿Por qué estás sin camiseta?!-preguntó mirando hacia otro lado.
Con poco cuidado me apresuré a ponérmela y taparle “las bonitas vistas” a mi querido espectador.
-Parece ser que ayer me enrollé con alguien-dije con sarcasmo.
-¿Con quién?-preguntó exaltado.
-Contigo…-murmuré acercándome a él.
Me miró extrañado y retrocedió. Yo solté una risotada.
-Estás extraña hoy.-murmuró.
Me levanté y estiré los brazos.
-Sí, estoy diferente. Creo que he cambiado mi manera de pensar. Ya no me importa que mi profe sea mi futuro papaíto.-me giré sobre los talones, y me tapé los ojos con la mano derecha, como si el sol me estuviera dando de frente.
-Carla…
-Ayer no pasó nada-dije con un hilo de voz que mostró todas las sensaciones que sentía en esos breves instantes.
Puse la mano en el manillar de la puerta, y observé con rabia que seguía cerrada a cal y canto. La forcé entre mis dedos pero no se movió ni un poquito. Le di una patada, y me dejé caer al suelo ocultando mi cara de su mirada.
-¿Realmente no te importa?-me preguntó.
Tardé en responder.
-Sí que me importa. Pero tengo que aceptarlo; no me queda otra…
Ismael me miró. Estábamos a una prudente distancia el uno del otro; pero por algún motivo, sentía algo de dolor, aparte del de mi situación con mi madre. No se oía nada más que nuestras respiraciones y el eco de nuestras palabras.
-Lo que pasó ayer… ¿era verdad?-me preguntó.
Sabía a lo que se refería, y habría preferido hacerme la tonta, pero no estaba yo, de humor para eso.
-No lo sé-le respondí con voz inestable.
-Los besos… los abrazos; me acuerdo de eso-me dijo mirándome a los ojos.- me acuerdo de cuando te quité la camiseta.
Cerré los ojos. No quería seguir oyendo. Pero a la vez sí.
-¿De qué más te acuerdas?
-Me pediste que parara.
Abrí los ojos. Yo no me acordaba de eso.
-¿De verdad?
-Sí.-dijo él con pesar- al segundo siguiente me dormí. Y creo que tú también.
-Interesante…-murmuré. Sonreí para mis adentros de alivio. Una parte responsable de mí me había salvado en el último momento. Me reí. Quería dejar de sentirme una jodida idiota.
-Qué fuerte, estuviste a punto de violarme…-murmuré con tono burlón.
Ismael se sonrojó hasta la médula.
-¿Violarte? Parece ser que no recuerdas la parte en la que te tiraste a mis brazos y empezaste a morrearme…
-¿Sabes? Deberías sentirte orgulloso-le dije fingiendo enfado- tú eres el primer chico al que he besado.
-Pues tú no eres la primera chica a la que he besado-dijo él mirándome con rivalidad.
-Vaya, o sea, que tienes novia…-dije intentando quedarle en evidencia y sin mostrar ningún rastro de celos.
-Para nada. La única dama en la que pienso es en vos-dijo en castellano antiguo, acomodándose a mi lado, más cerca de mí.
-¿Planeas violarme de nuevo?-pregunté con tranquilidad al ver como se alzaba sobre mí, y me dejaba a ras del suelo.
-Nunca lo he hecho-dijo él.-nunca he violado a nadie…
-¿En serio?-pregunté curiosa-mentiroso.
-Violar nunca-prometió él.
-Entonces sí que…
-¿Sí que qué?
-Sí que lo has hecho…-dije mirándole desafiante y sin ningún temor.
-Muchas bellas damas me lo han pedido…-dijo él riéndose-pero ninguna consiguió que perdiera el bello tesoro que sólo guardo para ti.
Le empujé en el pecho y le eché hacia atrás. Me levanté limpiándome el polvo de las rodillas y le miré algo molesta y avergonzada.
-¿Sabes? Abril va a flipar cuando le diga que he besado a un tipo como tú.-dije intentando alejar el tema de conversación que habíamos sacado.-me giré hacia la puerta y justo cuando iba a hacer un segundo intento de abrir la puerta...
-Abril va a flipar cuando le digas que tienes un novio como yo-dijo él atrevido.
Quedé mi mano en el pomo y comencé a temblar. Por algún motivo en especial, me sentía feliz y a la vez triste, desdichada y a la vez… eufórica. Me giré y le miré. Él abrió mucho los ojos.



Abril caminó balanceándose. Se sentía fatal. Tenía una terrible jaqueca y una gran resaca… iba pisando sin querer los cadáveres de los borrachos tirados en el suelo, y no podía parar de reír cada vez que pisaba a uno y éste gemía. Se sentía mareada. Alcanzó una botella de agua en la cocina y empezó a beberla. Poco a poco se sentía mejor. ¿Dónde estarían Carla y Sam? Salió al pasillo y sonrió. Sam encontrada. Estaba en los brazos de un chico moreno, algo delgaducho pero con su atractivo.  Ahora faltaba Carla. Caminó por el pasillo con la mente más despejada. Parecía el corredero al infierno. La fiesta había quedado como un basurero de cuerpos dormidos. Entonces vio una habitación. Era un cuarto pequeño. Se acordaba de meterse allí, cuando jugaba al escondite con su primo. Meterse detrás de la estantería y gritar al ver una araña. Sonrió de nuevo. La llave estaba puesta por fuera. La hizo girar. Entonces se quedó alucinada. Detrás de la puerta, estaba Carla con los brazos alrededor del cuello de Ismael, besándolo. Observó con rubor en las mejillas como Ismael tenía sus manos debajo de su cintura, pero parecía no notarlo. Cerró cuidadosamente la puerta, y con una sonrisa pícara dibujada en los labios, corrió dando pequeños saltos por el pasillo, en busca de su príncipe azul, y deseando besarle para despertarle de su sueño.


“-Te quiero, papá-le dije sonriente, dejando un brillante beso en su mejilla.
-Mi niña, eres la cosa más hermosa del mundo. Yo sí que te quiero.-me respondió él.
Lentamente empujaba el columpio, una y otra vez. Yo dejaba que la brisa acariciara mi rostro, el viento se llevara mi ser y que luego me devolviera a los cálidos brazos de mi padre.
-Papá… dentro de poco tiempo, no tendrás que empujarme, porque yo sabré columpiarme solita…-dije feliz.
-¿En serio? Mi niña se hace mayor…
-Pero prométeme que aunque yo pueda columpiarme sola, tú estarás siempre conmigo…
Entonces, el columpio se paró. Mi padre había dejado de empujar y me acariciaba el pelo mirando a la nada. Por un instante pensé que le había pasado algo. Pero giró su cabeza, y mirándome, dijo:
-Claro, cariño. Para siempre.”

Me columpié ligeramente. Mis piernas eran demasiado largas para ese pequeño columpio, pero mi alma era demasiado pequeña para columpiarme a voluntad. A los siete años, aprendí a balancearme entre la brisa, a animar el canto de los pájaros, pero en un trinar triste y desafinado. Me levanté y observé la dirección en la que Ismael se había marchado, fuera de mi brillante jardín. Di una vuelta sobre mí misma. No me sentía ni triste ni feliz. Me tiré en la manta que siempre había sobre la hierba, y empecé a leer el libro. Ya lo había leído; pero desde una perspectiva diferente. En ese entonces… no había besos en mi vida… no había amor… y yo… no creía en él.
“Carolina desdibujó su habitual sonrisa falsa en su rostro.
-Me he rendido ante tus palabras, y ahora estoy aquí; escuchándote como una tonta enamorada. ¿Qué más quieres?
-Por favor…-pidió él acariciando su rostro con una expresión triste- primero… olvídate de él…”
Cerré los ojos y suspiré. Alguien había pisado mi manta, y sentía como se hundía por una parte.
-Hola, David-le dije.- ¿te has quedado a dormir?
Mi pregunta iba con doble sentido, y con mala intención. Pero quería demostrarle, que ya no era una niña, que sabía perfectamente lo que pasaba cuando dos personas estaban solas en una habitación.
-No. Pero tú al parecer sí-me dijo contrarrestando hábilmente mi ataque.
-No es la primera vez-le dije con furia contenida.
Me levanté, y mantuve una mirada seria y amenazante. Entonces algo me hizo abrir los ojos, despertar. Mi madre me sonreía. Desde la cocina, con la comida ya hecha, me sonreía. Feliz. Me giré y miré sorprendida a David. Éste me miraba inexpresivo. Yo sólo intentaba cuidar de ella. Pero él la había hecho feliz. Entonces… sonreí. Enseñando todos los dientes, y con toda la alegría de mi corazón… sonreí.



sábado, 15 de enero de 2011

10. La fiesta

Abril estuvo arrastrándome la mitad del camino, y Sam se esforzaba en tirarme del otro brazo.
-Vamos-me apremió Sam-no puedes estar así dos días seguidos. Libérate, olvídate de ese hombre.
Sí. Lo sabía. Ayer empecé a contárselo todo a las dos, como una película a cámara rápida, o como si me hubieran dado algo para que vomitara todo lo que había vivido hasta ahora. Ahora en verdad me arrepentía. Ellas me habían entendido. Abril me había obligado a quedarme a dormir en su casa junto con Sam. Me froté las sienes con malestar. Aún me venían imágenes de una chica de pelo castaño con todo el maquillaje echado a perder delante de un espejo. Casi ni salimos. Por mi culpa. Bostecé. No me sentía muy culpable. Entonces tuvimos la mala suerte, de al cruzar la calle toparnos con el primo de Abril e Ismael. A penas levanté cabeza. Lo que menos me apetecía era encontrarme con ese idiota, aunque debía de admitir que tampoco es que me importase mucho hablar de algo con Ismael. No. Estaba demasiado jodida como para eso.
-Hola chicas-saludó Víctor sonriente-hola Carla.
-Hola-respondí secamente sin mirarle si quiera.
Ismael me sonrió pero no le respondí.
-Hoy celebro una fiesta, habrá de todo-dijo sin quitar esa puñetera sonrisa torcida de la cara- ¿venís?
-¡Claro!-exclamó Abril emocionada-Chicas una fiesta…
-Yo paso-dije cortante- me voy adelantando.
Sin mirar a ninguno de ellos a la cara me apresuré a marcharme. Ninguno dijo nada, y de algún modo lo agradecí. No me apetecía que me dieran de murga, aunque sabía que Abril lo haría. Y acabaría yendo a esa maldita fiesta, igual que todas aquellas veces en las que había dicho “no” y había acabado diciendo “sí”.
Legué a clase y tiré de mala manera la cartera al lado de la mesa. Me senté en silla y enterré el rostro en los brazos hasta que vino el profesor y el resto de la clase. A pesar de sentirme un poco mejor que ayer, seguía sintiéndome vacía y traicionada. Como un estúpido muñeco hinchable enfundado en unos pitillos estrechos que ya había usado ayer. Sí. Ayer me quedé en casa de Sam sin ni si quiera avisar a mi madre. ¿Para qué? Seguro que se habían ido de cena y habrían acabado besándose en el portal de mi casa. Ese estúpido profesor la había seducido. Me estaba robando a mi madre. Y encima, estaba enamorándola… ¿es que no podía entender…? ¿Es que no se acordaba de lo que aquél estúpido le hizo? Apreté los puños y contuve con fuerza las lágrimas. No. No quería llorar. No quería mostrar debilidad… ante nadie. No levanté la cabeza en un buen rato, hasta que alguien me acarició lentamente el brazo. Quería saber quién era que me estaba tocando con tanto cariño. Pero ya lo sabía. Y no quería mirarle. Todos los días, y cada minuto de mi vida tenía que recordarme que él y yo sólo somos amigos.
-¿Estás bien, Carla?-me preguntó Ismael.
Levanté los ojos y miré como estaba sentado en una silla al revés, y me miraba con mirada inocente. Inconscientemente recordé el momento en el que me besó. Si mi madre podía salir con mi profesor de matemáticas… ¿por qué no podía salir yo con Ismael?  Moví la cabeza de un lado a otro y volví a enterrar mi cara entre mis brazos. Porque no me gusta. Entiéndelo, Carla. A ti no te gusta él. Es solo atracción, un estúpido capricho de tu corazón.  Solo es un amigo, no sientes nada por él, ni significa nada más para ti… solo es una de las diez mil agujas de los segundos que mueve tu corazón. Además, ¿quién habló de amor? EL amor no EXISTE.
-Perdóname, Ismael, no tengo ganas de hablar.
Dicho esto, me levanté con rapidez,  escondiendo los mil millones de pensamientos, que tan sólo había tenido en un segundo; en el momento en el que sus ojos preocupados se habían topado con los míos; vacíos, inexistentes, perdidos. Unos ojos que escondían un alma oscura, retorcida y egoísta.


-Vamos tía, mírate al espejo, estás preciosa. Nada comparado con lo que tu ayer llamabas belleza…
Observé al yo del espejo. Al yo que no era yo, sino una envoltura de plástico, un muñeco hinchable, sólo que en vez de enfundada en unos pitillos, en una falda vaquera que Abril me había prestado y que yo en la vida me habría puesto (cuestión de principios). En la parte superior una camiseta negra con una tiranta fina y otra gruesa, caída por el hombro, y una chaqueta.
-He encontrado una ropa de mi armario que se acerca mucho a tu estilo, sólo que algo menos monótono; ya me entiendes-dijo Abril señalando mis pitillos tirados en el suelo.
-Los tengo en cuatro gamas de azules y en negro-dije con la voz apagada-me gustan.
Abril suspiró como si no tuviera remedio. Observé como Sam miraba con curiosidad uno de los libros que tenía Abril en la estantería.
-Guau, “Rosas”-susurró Sam acariciando la portada- de Maribel Danubio Cádiz.
La miré inconscientemente. Abril suspiró de nuevo.
-Me lo regaló Carla. Cuando me lo prestó me gustó tanto que me lo dio.
Seguí mirando mi reflejo en el espejo. Estaba claro que la coleta al lado no me quedaba con la ropa. Mejor el pelo suelto. Le saqué la lengua a mi reflejo sin un atisbo de humor. Vaya manera de perder el tiempo frente a un espejo. Volvió a mi mente, una portada de un libro; miles de rosas rojas que se cruzan, y debajo, con una letra alargada, el título.
-Puedo dejarte un ejemplar cuando quieras-le dije-tengo muchos. Mi madre compra varios cada vez que publica un libro.
-¿Para qué compra tantas veces un libro?
-En realidad le sale rentable.-dije yo.
-¿Rentable?
-Sam-dijo Abril algo aburrida- la escritora es su madre.
-¿Qué? ¿Es tu madre? ¿En serio?
Me rasqué la cabeza incómoda. Me solté el pelo frente a mi reflejo y le dejé la goma encima de la mesilla a Abril.
-Sam, hablemos mañana de eso. Hoy me apetece desconectar…-le pedí.
-Claro-dijo ella con la emoción contenida.
Salimos de la casa de Abril. Casi me sentía culpable por todo lo que estaba haciendo por mí. Dejarme su ropa, estar en su casa… y todo por el egoísmo de que no querer volver a la mía. Miré mi móvil. Doce llamadas perdidas de mi hermano. Ninguna de mi madre. Aún recuerdo cuando hablé con ella la otra noche. Fue un “hola, siento haberme ido así mamá. Me quedo a dormir en casa de Abril, adiós…” “Hija, yo…” Pi. Pi. Pi. Hoy. “Mamá, hoy voy a una fiesta; volveré tarde.” “Está…” Pi. Pi. Pi. Todas desde casa de Abril. A penas la dejaba hablar, colgaba nada más entregar el mensaje. No quería hacer sufrir a mi madre, aunque sabía que lo estaba haciendo. Por ahora yo… necesitaba libertad. Desahogo. Menos ataduras.
Abril llamó. Ya desde dentro se oía la música a tope. Nos abrió el idiota de Víctor, que nos abrió la puerta medio tambaleándose. Casi me dieron ganas de echar la comida del mediodía cuando me dio dos besos y su aliento a tabaco y alcohol me invadió. Mierda. Sabía de antemano que para ellos, si no había alcohol no había fiesta. Pero no sabía que habían empezado tan pronto a beber. Recordé la última vez que fui a uno. Recuerdo como estaba entre la gente, bebiendo  un vaso lleno de coca-cola disimuladamente, haciendo como que bebía como todos los demás. Víctor nos hizo pasar. Había muchas chicas que no conocíamos, y también muchos chicos. No tardé nada en divisar a Ismael, que estaba tímidamente apoyado en la pared, mientras bebía algo que parecía fanta.
-¿Mente sana, cuerpo sano?-pregunté al pasar a su lado.
Mi gesto era inexpresivo. No había vuelto a hablar con él desde la evasiva de esta mañana. Éste me miró confuso, pero asintió. Vi como Abril se despedía de mí con la mano e iba a hablar con unas chicas. Las observé. Eran las gemelas rubias ésas que estaban en mi clase. Estaban con otra más. Me despedí con la mano de Ismael, y fui a donde estaban.
-Hola-saludé.
Las gemelas iban con una camiseta de tirantas las dos, de diferentes colores y faldas. También me fijé en la chica con la que iban, y me sorprendí. Era preciosa. Tenía el pelo rubio como los ángeles, y muy ondulado. Le caía en cascada por los hombros, por encima de un vestido blanco sin mangas muy bonito. Con los ojos azules y la piel blanca, parecía la típica inglesa.
-Hola-saludó ella con voz dulce- me llamo Victoria.
Le sonreí y le dije mi nombre. Era realmente… deslumbrante. Y envidiable. Deslum-brantemente envidiable.
-¿Cuántos años tienes?-le pregunté.
-Catorce-me dijo sonriente- ¿tú?
-Quince-dije-solo un año de diferencia.
Me caía muy bien, y sólo llevaba hablando con ella cuatro segundos. Sin embargo… algo ella me decía… no sé, era una especie de impresión, pero… me daba mal augurio. Era como si una parte de ella… me recordara a aquella hermosa niña… como un maldito y hermoso ángel que cruza mi vida de nuevo con ideal de jodérmela; aún más. “No, olvídalo”, me dije a mí misma.
Pronto la gente empezó a beber, cayó incluso Abril, que acabó dormida en un sillón.  Procuré apartarla de los demás. Sam también había bebido, y andaba haciendo el ganso para aquí y por allá. Hubo un momento en el que la vi dándose el lote con un chico moreno, pero no la molesté. Algo me decía que no le sentaría muy bien… ¿quién iba a decir que las dos moscas no fueran tan niñas como yo creía? En el fondo la única niña que no quería ni ver la bebida era yo. Aunque, claro, yo no era una niña. Sólo una chica responsable. Procuré no pensar en ello y seguí hablando con Victoria y las gemelas.
-Bea, me voy a pillar algo-le dijo Cristina (una de las gemelas) a su hermana.-Chao chicas.
Vimos como se alejaba. Bostecé. Miré la hora. Ya era tarde, la una. EL tiempo se me había pasado volando. Algunos chicos habían intentado bailar conmigo al ritmo de la patética música de fondo, pero había fingido una borrachera y me había librado por los pelos.
-¿Eres española?-le pregunté.
-Si lo dices por mi pelo,-dijo ella intuitiva-mi madre es inglesa. Vino y aquí se enamoró de un español.
-Ah-dije.
-¿Sabes?-dijo de repente-mi padre es genial. Mi madre se oponía a que viniera a esta fiesta, pero mi padre la convenció. Le dijo: “Vamos, porque la niña sea feliz”. Creo que no se da cuenta de que hace tiempo que dejé de ser una niñita.
-Ah-dije por segunda vez, esta vez fingiendo que me importaba.
Entonces Cristina se acercó corriendo a nosotras. Estaba extasiada, y cuando levantó la cabeza después de apoyarse en las rodillas y respirar entrecortadamente, exclamó:
-¡Carla! ¡Ismael se está peleando!
Me sobresalté, y salí corriendo entre la gente. En seguida divisé como Ismael miraba desafiante a un chico de pelo moreno. Un momento, ¿no era el mismo que Sam…?
-¡Tío! ¡Qué no es para tanto!-exclamó.
-¿Qué coño me habéis echado?-gritó Ismael hecho una furia.
-Es que te veíamos tan triste que pensamos que te habías quedado sin vodka imbécil-dijo el chico con superficialidad.
El moreno iba a pegarle con una sonrisa en la cara, cuando, inconscientemente salté a la escena, y con los brazos extendidos le defendí del golpe. Me impactó en la cara, y sentí como se me llenaba la boca de un líquido desagradable. Me limpié un poco y le miré. El chico parecía haberse acobardado al darme a mí por equivocación.
-¿Qué haces, imbécil?-le grité.
-Carla…-musitó.
-¡No te ralles!-gritó el chico tambaleándose.-si quieres estar con tu novio, ¿por qué no te lías con él?
La conversación de estaba yendo del todo, parecía completamente bebido. No respondí, respirando con dificultad. Entonces todo sucedió muy rápido. Varios chicos me agarraron junto con Ismael, y nos metieron en un cuarto muy oscuro. Intenté rebelarme, pero cerraron la puerta con llave. Empecé a aporrearla furiosa. ¿Por qué no hacían esto? Hoy desde afuera, la voz burlona del chico.
-¡Líate con él, coño!-gritó.
-¡Eso!
La otra voz me enfureció más. Víctor. Entonces oí la voz dulce y protestante de Victoria gritándoles que me sacaran. Pero solo oí algunas risas. Entonces oí más gritos de indignación, y luego… música. Música de fondo. Más gritos. Más risas. La fiesta continuaba como si nuestra desaparición no les hubiera dolido nada. Intenté serenarme pero fui incapaz. Aunque de nada serviría seguir pagándolo con la puerta; la música estaba demasiado alta. Con rabia, le di una última patada y me dejé de caer de rodillas al suelo. No veía nada, todo estaba oscuro.
-¿Ismael?
-¿Sí?
Su voz se oía titubeante, mareosa. Con dificultad, me levanté a ver si encontraba algún interruptor de la luz. A pesar de que estuve a punto de tirar una estantería, o lo que fuera, conseguí encontrarlo, y con decisión lo pulsé. Cuando se hizo la luz observé a Ismael, sentado en el suelo, mirándome.
-L-Lo siento.-dijo él- es por mi culpa.
-No-me apresuré decir notando el breve zarandeo en el tono de su voz-¿Por qué…?
-Ese idiota me echó a-alcohol en la b-bebida-dijo él echando la cabeza hacia atrás.
Bufé. Vaya manera de decir que se había pasado bebiendo.  Me quité la chaqueta. Había empezado a hacer calor. Observé a Ismael. Llevaba unos vaqueros y unas deportivas anchas. Estaba sentado, con la espalda apoyada en unas cajas con la mirada baja. Parecía cansado.
-¿Estás bien?-le pregunté.
-Sí-dijo él bruscamente.- pero tú no, ¿Verdad?
Le miré un breve instante.
-¿Por qué no debería estarlo?-pregunté molesta.
-Quizá porque llevas dos días sin pisar tu casa.-me espetó.
-Eso a ti no te importa-reaccioné.
No respondió. Parecía triste. Miré el suelo. Estaba rodeada de cajas y el cuarto era pequeño. Tan sólo estaba a un metro de él.
-Me lo contó Abril. Pensó que yo podría hacerte cambiar de opinión.
-Pues ella se equivoca. Nadie me hará cambiar de opinión, y menos tú. De todas formas, esta noche volveré a casa.
Volvió a quedarse en silencio. Lo había menospreciado. Pero por algún motivo, no sentía ese sentimiento de culpabilidad que me azoraba cuando le insultaba con conciencia. Entonces no pude evitarlo. Era esa maldad que me consumía por dentro, el rencor, la rabia, la furia, el dolor. Empecé a llorar en silencio, sin procurar ni un mísero gemido. Él me observó sin decirme nada. Sin acercarse.
-Carla, ¿me quieres?-preguntó como si tal cosa.
No respondí.
-No logro entenderte. No sé por qué lloras. No sé nada de ti. ¿Por qué no crees en el amor? ¿Por qué no confías en mí? ¿Por qué te marchas de casa porque tu madre esté saliendo con David?
Seguí sin responder.
-¿Sabes qué?-prosiguió él con malestar- he pensado en dejarlo. Este camino es muy difícil. No sé si en verdad quiero luchar por una persona así.
El corazón me dio un vuelco. Apoyé las manos en el suelo. Nunca me había sentido tan mal. Era como si mi corazón vacío hubiera acabado por desaparecer. Y me sentía tan mareada…
-Pero no puedo-terminó él- porque sé… que tú me quieres.
-¿Cómo puedes estar seguro de eso?-pregunté intentando esconder un sollozo.
-Porque te quiero.
Me miró fijamente. Entonces me levanté y le abracé. Pero no como ese día; ese día en el que corrí por el pasillo, el dijo un discurso de cuento de hadas y me abrazó para consolarme. Este abrazo era de desesperación y deseo. Levanté al cabeza y con suavidad y paciencia, rocé sus labios con los míos, como una ligera y peligrosa provocación. Ismael sujetó mi rostro entre sus manos, y besó. Fue largo, apasionado. Tuve que separarme de él para poder respirar. En ese momento, la acción más responsable habría sido pensar. Pero mi mente estaba nublada, y ya no era mi mente la que controlaba mis actos; sino mi corazón. No intenté apartarme cuando me aprisionó en un rincón. Dejé que fuera besando lentamente mi cuello y volviera de nuevo a mis labios. Tenía mis manos alrededor de su cintura. Lentamente, noté como había dejado de ser yo. ¿Alcohol? ¿Alguien me había echado alcohol en mi bebida? Quizá Ismael decía la verdad. No había sido su intención beber. Era la primera vez en toda mi vida que sentía que era libre; ningún pensamiento ni responsabilidad me ataba con sus pesadas cadenas. Sin pensar en las consecuencias, dejé que Ismael fuera quitándome la camiseta poco a poco.

AVISO:

Esta historia es para chicas de edad: 10, 11, 12, 13, 14... ya me entendéis, no 18+ vale¿? Así que nos asustéis con el siguiente capítulo:).

Baby

martes, 11 de enero de 2011

9. Traicionada

Salí del instituto, pero me quedé a resguardo. Estaba cayendo un chaparrón de narices, a pesar de los bonitos y soleados días finales del verano que habíamos tenido. Entonces vi a mi madre en el patio, con un paraguas. Por un lado me sentí bien, pero por otro, me sentí como cualquier otra chica a la que su madre viene a recoger al instituto… avergonzada. Pero creo que casi se me pasó cuando vi que le acompañaba mi hermano con otro paraguas. Corrí bajo la lluvia y fui a darles un abrazo a mi madre y a Mark. Entonces descubrí a Anabel al lado de él. Ella me sonrió y yo le di dos besos. A ella la sentía como una hermana. De repente un chico me pasó por al lado, muy cerca, rozándome el abrigo. Ismael. Éste había puesto cara de molesto al cruzar, y no tardé en averiguar por qué. ¡Ismael tenía celos! Él no había dejado de quererme. Decidí ignorarle un poco. Más tarde le explicaría. Aunque era sólo un amigo, de cierta forma no tenía por qué darle explicaciones. Vi como se marchaba a través del patio hacia la calle, con la capucha de su sudadera gris en la cabeza. Fui a despedirme de Sam y Abril, y me enredé un poco hablando. No tenía muchas ganas de ir a casa. Lo único bueno era que era jueves, y mañana viernes, el mejor día de la semana. Me despedí finalmente con mis amigas, pero cuando iba a dirigirme hacia mi madre, vi que estaba hablando animadamente con mi profesor suplente. Se la veía feliz y tenía las mejillas sonrosadas, como si fuera una niña. Al principio no me preocupé, pero se despidieron con dos besos empecé a dejar de mirar también a mi profesor. Estaba completamente en contra de que mi madre saliera con alguien. No quería verla como aquella vez. No quería que sufriera nunca más. Quité esa idea de mi mente y me fui con toda mi “familia” al coche de mi hermano.

Nos llevó a casa, y allí comimos todos juntos. Ya era la segunda vez que comíamos así, y se sentía muy bien. Una comida en familia. Si no hubiera sido por las remolachas… Mi hermano y Anabel no dejaban de reírse y hacerse tonterías como dos idiotas enamorados, lo cual me dio algo de repelús, pero lo acepté mirando hacia otro lado. Mi madre estuvo todo el tiempo preguntándome cosas como si estuviera energética, y cuando terminó de comer, se puso a escribir en el ordenador como loca. Yo estaba algo preocupada; desde el encontronazo con el profesor, y esa supuesta charla que habían tenido sobre mí, mi madre parecía peligrosamente llena de vida.
Yo había quedado a las seis con Abril y Sam para dar una vuelta por ahí, y seguramente salir con la pandilla de su primo. Empecé a vestirme. Saqué ropa y ropa y empecé a esparcirla por toda la cama. Hoy iba a salir guapa. Ya lo sé, parece increíble. Me puse unos vaqueros rasgados, un cinturón negro y una camiseta de manga corta negra con grandes letras de colores apagados con una guitarra rota de dibujo. Me puse una deportivas negras muy coloridas y acabé poniéndome una chaqueta. Por suerte por la tarde había dejado de llover.  Me pinté con un poco de rímel y la raya y salí del baño fresca como una lechuga. Iba a bajar a decirle a mi madre que me iba cuando la escuché hablar por teléfono en la cocina. Miré desde el marco en plan espía, y vi como daba vueltas alrededor de sí misma, como si fuera una peonza.
-¿Esta noche?-preguntó extasiada-¡claro!
Gruñí. ¿Iba a salir con alguien? Tragué de escuchar algo más, pero sentí la mano de mi hermano en mi espalda, que me miró con la clásica mirada de “te he pillado”.
-Va a salir con tu profesor. Cuando te has ido a tu cuarto no ha dejado de cantar y de alabar a tu profe míster maravilla-comentó él.
Yo la miré una vez más con los ojos abiertos. Me dejé caer al suelo apoyando la espalda contra la pared. Me sentía dolida. Cerré los ojos y respiré lentamente. Me venían a la cabeza imágenes fugaces de mi madre llorando encima del sillón. Mi hermano gritándole furioso a mi padre. La niña rubia en los brazos de mi padre. Él besando su mejilla. Entrando en el coche sin mirar atrás. Yo alargando mi mano hacia él, intentando alcanzarle y acabando por perderle de vista. Mi madre cerrando la puerta. Varios días encerrada en mi misma. Varios días con los ojos hinchados, las mejillas enrojecidas, sin salir de mi habitación. Varios días comiendo de una bandeja tirada en el suelo, mientras me tragaba las lágrimas, mientras veía mi vida pasar, mientras curaba mis heridas aunque nunca llegaron a sanar y nunca sanarán.
-¿Por qué lloras Carla?-me preguntó entonces mi hermano agachándose preocupado.
Me levanté, crucé el pasillo y cerré la puerta principal de un portazo, con toda la fuerza que pude, con toda la rabia acumulada, ignorando la llamada de Mark. Empecé a caminar perdida, dolida, vacía. Me alegré de haberme guardado el móvil y algo de dinero en el bolsillo de la chaqueta. Las lágrimas seguían intactas en mis mejillas, como pequeñas gotas de cristal. A penas me di cuenta de cómo Abril y Sam estaban a menos de cinco metros de mí, hablando y riéndose animadamente. Entonces Abril reparó en mí, en la figura muerta-viviente que andaba como sonámbula. Pero justo cuando se acercó, me cogió del brazo insistente y preocupada, al ver mis lágrimas.
-¡Carla! ¿Qué te pasa?
Sam también se acercó. Entonces no pude evitarlo. No pude reprimirme. Me lancé en sus brazos… y comencé a llorar. Por todas esas veces en las que había retenido mis lágrimas… y por todas esas noches; sufriendo en silencio.

lunes, 10 de enero de 2011

8. Amigos que se pelean se desean

-¡Eres un imbécil! ¿Es qué no ves que si yo hubiera dibujado la Tierra no nos habrían puesto un ocho?
-¡Pero qué dices! ¡Yo la hice redonda! ¡Pero tú te empeñabas en hacerla y mira cómo quedó! ¡CUADRADA!
Abril, Sam y Fer nos miraban atónitos, como nos peleábamos y nos insultábamos por una idiotez sin ni si quiera pararnos a respirar. Abril fue la primera en atreverse a interrumpir nuestra animada conversación.
-Entonces, ¿ya os habéis reconciliado?-preguntó.
-Sí-dije con un suspiro-más o menos.
Al pensarlo enrojecí hasta la médula, y me volví a tocar los labios. Ismael soltó una carcajada y me guiñó un ojo. No tuvo que pasar ni un segundo para que Abril soltara un gritito de emoción. Me cogió del brazo, y enganchando también a Samanta, me llevó rápidamente a un rincón de la clase, donde me sentí insegura e indefensa. ¿Qué iban a hacerme? No necesitaba mucho tiempo para pensar que mi malvada amiga iba someterme a un interrogatorio.
-¿Por eso no querías que te esperara hoy?-me preguntó- ¡por eso has venido con Ismael! ¡Estáis juntos!
-¡No! ¡Solo somos amigos!-aclaré yo enfadada- ya sabes lo que pienso yo de…
-¿Y por qué te has puesto como un tomate cuando te he preguntado por qué os habéis reconciliado?
Me quedé muda. Abril iba a acusarme de nuevo, cuando la miré furiosa. Ella se calló y miró a Sam inexpresiva.
-¡Yo no creo en el amor! ¡Jamás me enamoraría de un idiota!-le grité enfadada.
Abril volvió a mirarme, y vi con dolor como los ojos se le llenaban de lágrimas. Me arrepentí de lo que había dicho en seguida, pero en vez de abrazarla y decirle que lo sentía, salí de clase. Vale. Ya era la segunda vez que me perdía la primera hora. Acabarían por abrirme un expediente. Salí corriendo por los pasillos aún sabiéndolo, pero un brazo me detuvo. Miré hacia atrás furiosa, y con el corazón latiéndome a mil por hora.
-¡Carla!-exclamó Ismael.
Yo me solté, pero en vez de salir corriendo, me quedé parada y miré hacia el suelo. Oí  el eco de sus pasos en el pasillo. Ismael tiró de mi manga y me abrazó con delicadeza, como si fuera una frágil muñeca de porcelana. Suspiré. Sentía cálido su pecho y bien entre sus brazos. Y a la vez me dolía, era un sentimiento punzante que me cruzaba por dentro como un puñal a traición clavado en mi espalda.
-Ismael, no estoy enamorada de ti-le dije con esfuerzo mientras me acunaba.-ese beso no significó nada.
Sabía que le dolería, pero él ni se inmutó. Quizá porque supo que estaba mintiendo. El rubor de mis mejillas me ponía continuamente en evidencia y me delataba.
-¿Es que dos amigos, no pueden abrazarse?-espetó él separándome un poco para mirarme.
Me crucé con sus ojos penetrantes, y de nuevo sentí como la sangre huía de mis venas. Me acaricié la cara con las manos frías, con la esperanza de que volviera a su blancura natural. Evité mirarle, pero asentí.
-Volvamos a clase-me pidió con una sonrisa.
Volvía a asentir. Dejé que me cogiera de la mano; cosa que nunca habría permitido, y me llevó a clase; otra cosa que nunca habría permitido. Cuanto entramos, la clase ya había empezado, pero no está nuestra profesora habitual, sino un chico apuesto, de más o menos la edad de mi madre, sentado en la silla del profesor.
-¡Vaya! ¡Dos alumnos nuevos!-saltó.-Encima enamorados.
Le solté la mano asustada. No me había dado ni cuenta. Enrojecí de nuevo. Si seguía teniendo estos problemas con la sangre me iba a dar un derrame cerebral. Miré hacia Ismael, y por un momento vi cómo enrojecía también. Se oyeron algunos silbidos molestos, y por algunos minutos, hubo algo de expectación en la clase. Miré hacia el pupitre de Abril, pero al cruzarse nuestras miradas, la volvió hacia al suelo sin procurar ningún gesto. Suspiré con tristeza.
-Soy el profesor suplente, me llamo David-nos avisó una vez que nos hubimos sentado.-la profesora Magdalena se ha puesto enferma, así que yo la sustituiré por unos días.
Lo miré. Tenía su cierto atractivo. Era joven y tenía pinta de ser el tipo que se divierte con sus clases, no como nuestra actual profesora, que se dormía en ellas… dimos una clase entretenida, a pesar de que estuviéramos dando Matemáticas. Hacía bromas continuamente y nos animaba a hacer a los ejercicios en la pizarra. Casi nos peleábamos por salir. Casi se me quitó el malestar por mi enfado con Abril. Aunque claro, lo que vino después, no fue precisamente divertido. El profesor me llamó la atención al terminar la hora, y tuve que salir al pasillo con él. Sentí la mirada de Ismael sobre mí, pero hice un gesto para indicarle que todo estaba bien; aunque estaba cien por cien segura de que no era así.
-Según la libreta de notas de tu profesora-me dijo- llevas una ausencia, y llegando tarde hoy ya son dos faltas. Si haces tres, ya sabes lo que pasará…-avisó.
-¿Llamará a mi madre?-pregunté.
-Sí-asintió el profesor, que me miró curioso.-procura que no haya una tercera, ¿vale?-me dijo con una sonrisa.
Me revolvió un poco el pelo, como si fuera una niña pequeña, y se fue en dirección a otra clase. A pesar de que me había tratado como una cría, no pude evitar que me cayera bien.
Iba a entrar a clase, cuando alguien saltó a mis brazos. Casi me caí al suelo, pero conseguí sostenerme agarrándome al marco de la puerta. No tardé mucho en oler la colonia de coco favorita de Abril.
-¡Lo siento, lo siento, lo siento!-me gritó-no quería enfadarme contigo, me enfadé por nada, soy una tonta, yo…
Solté una carcajada. Conocía lo suficiente a Abril como para saber que no tardaría nada en arrepentirse de enfadarse. Sin embargo, respondí a su abrazo y le dije que yo tam-bién lo sentía.
-Bueno-me dijo una vez nos hubimos perdonado-pero que conste que tengo una condición para que nuestra amistad siga en pie.
-¿Cuál?-pregunté temiéndome lo peor.
-Cuéntame por qué te has sonrojado hoy-me pidió con voz severa y petulante.
Suspiré y la arrastré a una esquina del pasillo. Miré hacia la clase y vi como Sam estaba entretenida hablando con una de las gemelas (dos chicas rubias que van a mi clase, creo que las mencioné al principio). Me aclaré la garganta, y dije lo más bajo que pude:
-El día que me dejaste sola con él… se me declaró.-cogí aire sin prestar demasiada atención a la cara colorada de emoción que tenía Abril- y esta mañana le he dicho que no, pero que podíamos ser amigos.
Abril se desinfló como un globo y me puso cara de sota. Tragué saliva. Después de contarle lo que le iba a contar, era capaz de saltar por una ventana.
-Aún no he terminado-le informé- esta mañana… él me dijo que tenía algo que darme antes de ser amigos.
-¿Qué? ¿Qué te dio?-preguntó dando saltitos y llamando la atención de algunos alumnos, que se rieron a nuestras espaldas.
-Me besó-dije cortante y cerrando los ojos para no ver su reacción.
Abril soltó un gritito agudo de alegría.
-¿Un morreo?-preguntó agarrándome de las manos.
-Un beso, simplemente eso-dije avergonzada-pero no ha significado nada. Ahora sólo somos amigos.
Pensé que se entristecería o me pegaría una torta enfadada, pero en cambio, sólo sonrió y pasó por mi lado diciendo:
-Los que se pelean se desean… ¡la próxima vez quiero un morreo!

Capítulo dedicado a Straw y a Kiss. Un beso guapas:D

domingo, 9 de enero de 2011

7. ¿Amigos?

Salí de casa. Le había dicho a Abril que no me esperase. Hoy iba a llegar más temprano a clase. Me encontraría con Ismael, me disculparía…. Pero yo no pensaba que me lo iba a encontrar tan pronto. Justo al cruzar la calle, me di con alguien y caí de bruces al suelo. Miré hacia arriba, dolorida, y abrí la boca de par en par cuando vi a Ismael.
-Lo siento-me dijo tendiéndome la mano.
Dudé un poco antes de aceptar su ayuda, pero al final lo hice. A penas hablamos. Él iba a mi lado, caminando. Parecía algo molesto. Entonces, tuve la suficiente valentía como para hablar.
-Perdón-dije entre susurros.
-¿Por qué?-preguntó sorprendido girando la cabeza hacia mí.
-Por tratarte tan mal. No te lo mereces-le dije.-pero es que yo… soy así.
-No me trataste mal-dijo él- fue un rechazo obvio. No te gusto. Ya está.
-Ya, pero…-dije yo buscando las palabras adecuadas-no es que no me gustes. Es que no me puedes gustar, entiéndelo.
-¿Te gusto pero no te puedo gustar?-preguntó algo confundido.
Guardé silencio unos instantes. Luego le miré y me topé con sus brillantes y profundos ojos.  Se acercó peligrosamente y me miró con fijereza. Casi sentí que iba a besarme, cuando solté:
-Ismael, yo no creo en el amor. No puede surgir nada entre nosotros.
Él me miró sorprendido, aún con el rostro muy cerca del mío. Acarició con lentitud uno de mis cabellos. En otra situación, lo habría apartado, pero en esos momentos me sentía aturdida, como en trance.
-¿Crees en la amistad?-preguntó de repente.
Le miré confundida. Aclaré mis pensamientos y asentí.
-Entonces, ¿amigos?-preguntó con una sonrisa.
No pude evitar responderle con otra más grande. Entonces ahí fue la gran sorpresa. Me cogió de las manos y me acercó a él.
-Antes de que seamos amigos, quiero regalarte algo-dijo- después, lo seremos-me aseguró.
Entonces, lo hizo. Y por algún motivo no pude apartarlo, me decirle que me dejara. Solo pude responder. Me acarició la mejilla, pasó su otra mano por mi cintura, me apretó contra él, y dejó un apasionado y hermoso beso en los labios. Nunca me habían besado así. A decir verdad, nunca me habían besado. Yo tenía las manos en su camisa, apretadas en puños, en tensión. El corazón me latía a cien y dentro de mi cabeza parecía haber una guerra campal de sentimientos. Cuando nos separamos, casi me dolió, pero eso es algo que nunca se me ocurriría admitir; bajo ningún concepto.
-Lo siento, tenía que hacerlo-me dijo excusándose.
Luego soltó una carcajada de felicidad, y echó a correr. Quizá para no tener que oír mis gritos indignados y furiosos o para no recibir un tortazo de respuesta, no lo sé. Pero por primera vez en mi vida, me había quedado sin palabras. Sentía el corazón correr dentro de mi pecho, y como mis pensamientos volaban como locos por mi cabeza. Una parte de mi consciencia me decía que no debía sentirme así, que yo no creía en el amor. Otra parte estaba en una ambulancia; camino del hospital, por un ataque de nervios. Me toqué los labios con la yema de los dedos. Ahora podía entender por qué mi madre ponía tantos besos en sus libros. Era como coger carrerilla, agacharse, saltar y tocar el cielo con la punta de tus dedos. Había sentido los labios de Ismael sobre los míos, había sentido como buscaba dentro de mí, como despertaba a una nueva persona. Había sentido deseo, una tentación prohibida. De repente me toqué las mejillas. Estaban encendidas. Suspiré avergonzada. No. Me incliné un poco, y con mucha fuerza, grité:
-¡IDIOTAAAA!!!!!!!
Oí unas risas a lo lejos, la mano de Ismael saludándome a lo lejos, invitándome a correr detrás de él. Sonreí con felicidad, y di una zancada hacia delante.




6. Una grata visita

Ni si quiera le di a la pelota. Me caí al suelo de bruces y la raqueta voló a un metro de mí. Sentí la vista preocupada de Abril desde la otra pista, pero me levanté con la mirada fija en el suelo e hice como si no acabase de perder un partido sin meter ni un mísero punto.
-6-0, partido para Ismael-dijo la entrenadora mirándome también.
Escuché como se acercaba a mí con paso fuerte. Seguramente me iba a caer una bronca, o quizá una leve regañina. La observé de reojo. Vale, no iba a tener la suerte de la segunda opción. Casi me parecía que iba a echar humo por las orejas.
-¡Carla! Eres una de las favoritas para el puesto de titular-me reprochó-vete a los vestuarios a limpiarte la cara; y será mejor que vuelvas convertida en una Arantxa.
Sin levantar la vista, me fui a paso lento hacia los vestuarios que había al lado de las pistas. Entré con un suspiro y abrí el grifo. Estuve algo de tiempo entretenida, oyendo el chapoteo del agua caer alrededor del lavabo; con los pensamientos en blanco, como un barco que navega en aguas templadas sin avistar tierra. Me lavé la cara y luego miré mi reflejo en el espejo. Observé mi piel pálida,  mis ojos verdosos y grisáceos y el pelo castaño rojizo. Una bonita y alargada trenza  me caía por el hombro. Arrugo la nariz. Tengo una mancha oscura debajo del ojo. Me la limpio con agua, y me dejo caer al suelo, con la espalda apoyada en la fría pared. Un montón de recuerdos empezaron a cruzarse en mi mente, a la velocidad de la luz, atormentándome. Me tapé la cara con las manos y dejé la mente de nuevo en blanco. Con dolor me dejé caer en el suelo del baño. Tenía la espalda fría de la pared. Me levanté y me limpié las piernas. Iba a salir, cuando vi que Abril me miraba desde la puerta. Me apoyé en el lavabo con mirada inexpresiva. Pero Abril no iba a consolarme. Se acercó a mí y sonrió.
-Carla, alguien muy especial ha venido a buscarte-me dijo.
-¿Muy especial?-pregunté sorprendida.
Corriendo fuera de los vestuarios, llegué a las pistas. Ya era la hora de que terminaran las clases de tenis de por la tarde. Entonces le vi. Mirándome, apoyado en la puerta de la pista, con las manos en los bolsillos y gesto seductor. Sonreí, y me tragué las lágrimas. Eché a correr y me fundí entre sus brazos. Él se rió y me dio una palmada en la espalda. A penas me di cuenta de cómo Ismael miraba furtivamente la escena.
-¡Mark! ¿Cuándo has venido? ¿As acabado con tus exámenes?-le pregunté emocionada.
-Acabarlos, los he acabado, pero no muy bien-dijo con una sonrisa de oreja a oreja.-me han dicho que últimamente andas muy deprimida, ¿qué te pasa?
-¡Nada ahora que tú estás aquí!-exclamé apretándolo más.
-Esta niña loca…-suspiró  Abril acercándose- ¿cuándo dejará de comportarse como una cría cuando estás aquí?-añadió pícara.-cuando apareces tú es como si le cambiara la personalidad…
-Ja, ja,-se rió mi hermano-cuánto tiempo Abril. Cuando me viste y echaste a correr pensé que era porque te daba miedo encontrarte con un hombre tan apuesto como yo.
-O tan idiota-dije.
-Sólo iba a avisar a Carla-se excusó ella sin apartar ni un instante la sonrisa de sus labios.
-Bueno, entonces nos vamos-apremié sonriente.
Me despedí de los demás, que ya estaban recogiendo. Mark me echó un brazo por los hombros y salimos de las pistas. Iba jugando con el asa de la funda de la raqueta, cuando Mark me sorprendió con una achuchón.
-¡Cuántas ganas tenía de verte, enana!-exclamó riéndose.
-¡Y yo!-dije feliz.
Nos gustaba pelearnos y chincharnos, pero mi hermano era al chico que más quería en el mundo. “El chico” claro, porque mi madre iba por delante, obviamente.
-Te he echado de menos-admití.
Soltó una carcajada.
-Pues durante mi periodo de universitario me he echado novia-comentó.
-¿Ah, sí? ¿Cómo se llama?-pregunté interesada.
-Anabel. Es una persona muy simpática y agradable. Está haciendo la carrera de medicina.-dijo.
-Guau, pues un abogado y una doctora… ¡no vais a tener tiempo para cuidar de vuestros hijos!-le reproché.
-Eh, no vayas tan rápido-dijo-solo tengo diecinueve años.
-Ya eres mayorcito-observé.-podríais tenerlos.
-Creía que tú no creías en el amor.
Me reí con el juego de palabras, y luego fijé mi vista en el cielo mientras caminaba. Él me miró algo preocupado, como si sintiera que había metido la pata.
-Y no te equivocas-dije-pero eso no me quita de fantasear sobre ti…
Mi hermano me dio un codazo y yo me quejé exageradamente. Seguimos caminando, y pasamos al lado de la calle donde vivía Ismael. No pude evitar sentir algo de malestar al recordar cómo sus labios rozaron los míos.
-Mamá sigue estando loca por sus libros, ¿no?-preguntó él desviando la conversación.
-Cada día está peor-dije con un suspiro- hay días en los que se olvida de hacer la comida.
-Pues será mejor que mañana no se le olvide, porque como en casa.-dijo.
-¿De verdad?-pregunté.
-Sí, y traeré de visita a Anabel para que la conozcáis…
-Bien-dije yo dando una vuelta sobre mí misma emocionada.
Iba a entrar en casa entrando la llave, cuando Mark dijo algo que me dejó pensativa. Giré la cabeza y observé como un chico desaparecía corriendo hacia la otra calle.
-Cuando estás conmigo te vuelves amable, agradable y encantadora. Deberías darle la oportunidad de conocer tu yo interior a ese chico.
La puerta se abrió, y Mark entró en casa sin mirarme. Me quedé afuera, completamente perdida. Ése era Ismael. Me había seguido. ¿Celos? No lo sé. De repente pensé en lo que mi hermano me había dicho. “Amable, agradable y encantadora”. ¿Así era yo en realidad, cuando veía a mi hermano? Suspiré y cerré la puerta tras mí. Crucé el jardín mientras me sumergía en el profundo e hipnotizador olor de las rosas.

*

La miré. Alta, delgada, piel blanca y gran sonrisa. La chica perfecta para mi hermano. Tenía el pelo pelirrojo y corto,  y los ojos azules. Era extraño ver a personas así. Lo más corriente es que las personas tengamos el pelo castaño, debido al clima y cosas de ésas. Como en Inglaterra, que está todo lleno de rubios. Realmente, mi hermano había encontrado una chica única. Le di dos besos, y me ofreció una sonrisa resplandeciente. Le devolví el gesto, aunque lo único que conseguía sentir era envidia. Era hermosa. ¿Y yo? Un cubo de basura comparándome con ella. Pero tampoco es que me importara mucho la belleza. De algún modo, era una característica relacionada con el amor.
Me pareció una chica muy agradable, tal y  como mi hermano me dijo. Lo único malo de la comida y el resto de la tarde, fue que mi madre la observaba maravillada, como si fuera un sujeto de experimentos o un descubrimiento de la NASA… Anabel sería seguramente, una gran inspiración para mi madre y sus diabólicos libros. Suspiré. Por lo menos no era la novia pija y asquerosa que siempre imaginé que tendría mi hermano. Ya lo sé; como en las películas americanas, donde la hermana pequeña trata de avergonzar a la novia de su hermano, para tenerlo más tiempo para él. Pero yo no era posesiva, y no quería a mi hermano solo para mí. De cierta manera y en algunos casos, en el pasado, lo echaba de mi habitación a patadas porque no lo quería cerca de mí…
Había sido una gran sorpresa su visita. Sentada en la cama de mi habitación empecé a reflexionar. Yo no tenía por qué estar triste. No tenía por qué estar llorando por culpa de un idiota como mi padre. E Ismael no tenía la culpa. Mañana me disculparía con él. Asentí y me cubrí con las sabanas. Había llegado el momento de ser feliz.

sábado, 8 de enero de 2011

5. Peor que nunca

No hablé ni con Abril ni con Sam en todo el camino. No habían cesado de hacerme preguntas, y yo las había sometido a un silencio sepulcral. Estaba hinchada de furia, rabia e indignación. ¿Qué se había pensado? ¿Qué yo era una chica fácil de esas que se tiran a los brazos de cualquiera? Me mordí el labio mientras cerraba los ojos irritada. Ellas me miraban con preocupación, y en el resto del camino, reinó el silencio entre las tres. Llegamos a clase, donde nos esperaban Fer e Ismael. Éste sonrió a Sam y a Abril, pero cuando me miró, su sonrisa se disipó, y miró hacia otro lado con gesto molesto. Yo también le evité. Encima se iba a enfadar conmigo, el muy caradura. Pobrecito, le había aplastado su gigantesco ego…
-Carla.-me llamó Sam.
-¿Qué?-exclamé molesta por la interrupción de mis insultos internos hacia Ismael.
-Nada, hija, sólo quería preguntarte el por qué has hecho el dibujo de la tierra de la esquina tan… cuadrado.
-No está cuadrado-dije molesta-si alguien no me hubiera molestado la tierra estaría redonda.
-¿Molestado?-exclamó Ismael irritado-si alguien no dibujara pésimamente da por seguro que sería redonda.
-¿Me estás diciendo que dibujo mal?-exclamé furiosa.
-¿Tanto miedo te da la realidad?-preguntó cortante.
En seguida capté el doble sentido de la frase. Los ojos casi se me llenaron de lágrimas, y él lo notó. Me limpié a tiempo y le miré con furia. Preví que iba a disculparse, así que me alejé de él.
-¡Carla!-me llamó, pero yo salí de la clase en dirección al baño.

*

-¿Qué le has hecho?-preguntó Abril preocupada.
-Yo… nada-dijo Ismael exhausto.
-Parecía bastante enfadada, de camino al colegio no ha abierto la boca-comentó Abril mirándole asesinamente- no le habrás hecho algo…
-Esperad ahora vuelvo.-dijo él dejando la clase.
-Uf, menos mal que hemos venido pronto-comentó Sam mirando el reloj- a menos que quieran saltarse la primera hora…
*

Entré en el baño de las chicas. No había nadie; una suerte. Abrí el grifo y comencé a limpiarme los ojos, con cuidado. No quería volver a la clase con los ojos rojos, como si hubiera llorado. O casi. Miré mi reflejo en el espejo. ¿Quién se había creído para hablarme así? Entonces oí como entraba alguien. Cerré el grifo y me sequé.
-Carla.
Me giré. ¿Qué hacía él aquí? Le miré con mirada seria. Y tirando el trozo de papel con el que me había secado a una papelera, le ignoré y caminé hacia la puerta para irme.
-Carla, espera-dije deteniéndome.
Levanté la mirada desafiante hacia él. Retrocedí un paso y esperé para escucharle.
-Perdona, no era mi intención que…
-¿Qué? ¿Burlarte de mí? ¿Humillarme?-pregunté con un hilo de voz.
-No ha sido para tanto-dijo él.
-Olvídate de mí-dije girando los ojos.-y vete, este es el baño de las chicas.
Pasé a su lado, y esta vez no me detuvo. Iba a salir, pero me paré al lado de la puerta, con un sentimiento de culpabilidad. Mi furia se había disipado al cruzar, y ver como bajaba la cabeza rendido.
-Yo… también lo siento-musité-pero busca a otra persona. Yo no soy a quién quieres.
Diciendo esto, dejé el baño de las chicas. Corriendo, logré salir del instituto. No me apetecía estar en él, me saltaría la  primera hora y llegaría a la segunda para la hora de Geología. No podía volver a casa. Mi madre no era la típica madre que echaba broncas, pero no quería arriesgarme por si le daba por cambiar de parecer. De repente me acordé de que me había dejado la mochila en el instituto. Estuve dando un paseo hasta la segunda hora. En ese aburrido y martirizante tiempo, estuve pensando con dolor en mi padre.

-¿Has dejado de querer a mamá?-pregunté mientras seguía llorando.
Mi padre no me respondió. Seguía mirando por la ventana, sin dignarse si quiera a mirar a su hija. Empecé a odiarme a mí misma. En todas las peleas era yo la causa. Yo era el regalo de los dos, pero empecé a sentirme como los restos de una comida. Inútil. Estúpida. Un estorbo. Miré hacia el suelo, mis pies pequeños, mi osito de peluche, algo viejo y con su precioso lazo rojo; junto a mí.
-¿Cuándo te vas, papá?-le pregunté abrazándome a él y entre lágrimas, deseando oír un “nunca”.
Seguía reinando el silencio, y yo ya creía que me volvería loca. Quizá me había quedado sorda. Más inútil aún. Una niña pequeña… sorda.
-Hija, las cosas han cambiado-respondió al fin, con firmeza- he empezado algo nuevo. Una vida nueva.
-En esa vida ya no estoy yo, ¿verdad?-musité tragándome los sollozos.
-Lo siento cariño-me respondió.-quédate con mamá. Ella te quiere y te necesita.
Giré la cabeza. Mi madre estaba sentada en el sillón, con la cabeza escondida en su regazo, sin emitir ningún sonido. Sufriendo. También vi a mi hermano. Él estaba escuchando música. Tenía la cara roja de llorar, y mirada hacia el techo sin decir nada. Ya había dicho bastante. Ya había gritado, chillado y discutido. Ya había dicho que le odiaba, que le detestaba y que le quería lejos. Ya le había dicho que él había dejado de ser su padre.
-Papá…-musité yo agarrando con fuerza la tela de sus pantalones.
Pero él me empujó levemente, abrió la puerta, y cargando con la maleta, lo vi caminar a través del jardín. Observé como un coche blanco, que parecía bastante lujoso, se paraba en la puerta. Vi como salía de él, una niña muy bonita, más pequeña que yo, con dos coletas rubias con tirabuzones. Ja. Su otra hija. Más bonita. Más útil. Más. A ella la quería. Ella era su nueva vida, junto con aquella espantosa mujer de la que se había enamorado. Y fuera, odiándole con toda mi alma, estaba yo. Sola e inútil.

De nada sirvió que volviera a lavarme la cara en el baño. Cuando llegué a clase, me dolían los ojos de llorar y estaba muy cansada. En cuanto me senté en mi silla, junto al pupitre, Abril y Sam se me acercaron preocupadas.
-¿Estás bien, Carla? ¿Qué te ha pasado?-me preguntó Abril.
-Nada-dije sonriendo y limpiándome un poco los ojos con disimulo-un mal día.
Las dos me miraron con cara de póker, pero yo cerré la boca, y me limité a sacar los libros.
-Perdonad chicas, lo de la tierra cuadrada fue culpa mía.-dije para distraerlas un poco.
Fernando se me acercó a preguntarme, pero mi respuesta fue la misma. Le sonreí y le pedí que no se preocupara. En realidad… no era nada. Solo los fantasmas del pasado, que de vez en cuando, regresan y me hacen recordar. Ismael también se acercó, pero no me dijo nada. En el fondo él no tenía la culpa. Había tenido la mala suerte de que alguien como yo la atrajese. Sólo eso.


Seguía cansada. Había llevado la cara de muerto todo el día. Entonces le vi. Estaba cruzando el paso de peatones. Pensé en tirar por otro camino, pero no había otro. Con resignación lo saludé con un apagado “hola”. Él movió la mano un poco, como si diera a entender que me había escuchado y me respondía al saludo.
Me cambié de hombro la raqueta. A penas hablamos en todo el camino. Cuando llegamos, nos pusieron en distintos partidos, con distintas personas y en distintos campos. No volvimos a cruzar miradas. Ni palabras ni nada. Yo sabía que era lo mejor. El amor… que sentimiento más inútil y estúpido. El amor no existe. Solo existe la atracción y… eso. Y después… nada. Después, o tienes suerte, o sino acabas en un hospital con una barriga gigante. Suspiré y boté tres veces la pelota, antes de sacar en dirección al cuadro interior de Abril. Todo estaba mal. Había empezado a sentirme como antes. Aunque yo ya sabía que estoy sucedería algún día… las cosas volvían a ser como antes. Peor que nunca.