sábado, 11 de agosto de 2012

Una manera genial de leer y que otros te lean, Wattpad

Como al final esta historia no llegó a ninguna parte, supongo que podría decir que se acabó.
Lo que tenía pensado era, que la protagonista acabó saliendo con el chico, Alonso, se acabó enamorando de Greg y en fin. He comenzado muchas historias pero no he terminado ninguna.
Como sé que a algunas les gusta muchísimo escribir y les apasiona que les lean, os paso una página genial donde pueden conseguir eso y todo lo que quieran. Puedes leer lo que otros escriben y escribir lo que tú quieras.

Aquí os paso el link de mi historia aunque aún está un pelín pobre.

http://www.wattpad.com/6433281-1-chocolate-con-leche


Se llama Wattpad la web. En fin, un beso a todas si aún estais ahí:)


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mejores amigas, ¿sí?

Alguien llamó al timbre. Me había puesto una camiseta azul y unas deportivas con unos vaqueros. Algo en mí había cambiado. De repente, había dejado de importarme el estar cómoda y lo demás. Ahora sentía algo en mi pecho, como la necesidad de vestir algo mejor, en vez de ir siempre con el mismo pantalón de chándal al instituto.
-¿Celia?
-¡Hola! ¿Sabes? Es extraño empezar a mitad de curso, pero está bien, ¿no crees? ¿Vamos al instituto?
La miré un segundo aún sin creerme que estuviera allí, donde hace varios segundos no había nada.
-Guau, me encanta esa camiseta-dijo señalándola.
Sonreí y con la mochila en el hombro salí de casa. Estuvo con la lengua fuera todo el camino. Me contó de todo. Como era antes su vida, su familia, anécdotas… me sentí cohibida ante una persona que tenía tanto que contar. Yo… ¿yo qué iba a decirle? ¿Qué me encerraba en mi casa a leer, estudiar y jugar con mi hermana a las muñecas? Pero entonces dijo algo con lo que podría ser feliz toda la vida.
-Y sobre todo, sobre todo, me encanta leer. Es como otro mundo aparte del mío y cuando me hundo en un libro…
-No soy capaz de salir-terminé emocionada.
-¿A ti te gusta leer?
-Me encanta.
-Cada vez estoy más convencida de que vas a ser mi mejor amiga-dijo sonriéndome inmersa en su mundo de colorines.
Entonces el peor de mis miedos me embargó. ¿Y si descubriera que soy la marginada de la clase? Bueno, más bien la auto-marginada. Está claro que se decepcionaría y cogería el caminito de Irene.
-No creo que eso suceda-murmuré de manera casi ininteligible.
-¿Por qué?-preguntó  parándose delante de mí y dificultándome el paso.
-Porque no tengo muchas amigas-ninguna- y…
-¿Y qué importa? Tú me caes genial y por encima de esas estupideces.-exclamó enfadándose.
Sonreí, aunque sabía que se equivocaba. Sabía que en cuanto entrara en clase seguiríamos siendo amigas, pero con el tiempo todo eso desaparecería.
Entramos en clase. En el momento que Celia pisó el suelo de losas blancas del aula, todas las personas dentro se giraron a mirarla. Algunos se quedaron embobados, como si acabase de entrar una estrella de cine; otros la miraron con recelo, casi con ¿envidia? Sí, esto va por Irene.
-Hola-dijo poniéndose de un salto delante de ella y plantándole dos besos- soy Irene.
-Yo Celia-dijo ella sonriendo.
Bueno, no me caería bien si viéndose por primera vez sintiera lo que yo siento  al ver su cara bonita todos los días.
-¿Te sientas a mi lado? Está libre.-le propuso indicándole el pupitre de Samanta, perrita número 3.
Oí un gritito molesto y la mirada enojada de una de sus perritas falderas (Sam la número 3).  A lo mejor no estaba tan libre.
-Me parece que voy a pasar. Hoy quiero ponerme con Ronnie, ¿verdad?
-Sí, claro-musité.
Irene me dirigió una mirada de desprecio absoluto y completamente llena de odio. Estupendo. Como si no tuviera bastantes en mi saco. Pero por un lado me sentí bien. Cómetelo tonta del culo. Ahora estará toda la mañana afligida, como si le hubieran dado un tiro y estuviera recuperándose. Eso de que prefieran a otra antes que ella es algo a lo que no está acostumbrada.
-¿Dónde vas Ronnie? Yo a tu lado, ¿Eh?
La miré un instante. Esto dijo algo. Algo que nunca olvidaré.
-Mejores amigas, ¿sí?
El sitio a mi lado no volvería a estar nunca más desocupado. Cuando Alonso entró en clase le miré dispuesta a dirigirle la sonrisa más bonita y grande del mundo. Pero cuando su figura pudo ser avistada a mis ojos me entraron de ganas de todo menos de sonreír. Tenía la cara roja. Roja de lágrimas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

9. Celia

Han pasado varios días. Alonso siempre me busca y claro, siempre me encuentra. Me  pilla, me sonríe y me habla. Se pasa diez minutos hablando conmigo y luego se va con sus amigos. Y aunque sólo sean seiscientos segundos, bua, es como… no sé ni explicarlo. Es como una satisfacción que me llena y me completa. Es un amigo. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así. Casi no recuerdo la última vez que tuve. Y es que tuve. Tuve una amiga. Se llamaba Clara. Era mi vecina y nos llevábamos genial. ¿Qué pasó? Que mi madre se fue y se desmoronó mi mundo. Y bueno, ahora, Clara no era una niña mona con un lacito en la cabeza. Digamos que los pendientes ya no sólo los tiene en las orejas…

Ella estaba en una esquina. Irónico. En el mismo callejón en el que pillé a Alonso besando a su novia pelirroja. Él que iba a mi lado no pudo evitar rascarse la cabeza. Ella había estado haciendo lo mismo con un chico alto y rubio que no era para nada Greg.
-¡Rosie!-exclamó separándose y engulléndome en un abrazo.
No luché para escapar, ni si quiera me molesté en corregirle mi nombre. Total, para ella ya era Rosie… nada iba a cambiar.
-Rompí con Greg-me anunció al verme parada, ahí, y analizando al chaval.- total… bueno, ya te lo conté ¿no? No me creíste…
-No, no te creí.-dije con una mirada seria.
-Ya lo notarás por ti misma.-dijo ella con la misma sonrisa, como si no le importaran mis miradas algo despectivas.- es un chico genial, ¿Sabes? Se hace el duro pero es más blando que la plastilina. Espero quedar contigo algún día, ¿sí? Me voy, chao, ¡te quiero!
Dicho esto me apretujó una vez más y salió dando trotes hacia su chico, con el que se fue.
-Parecía una charla telefónica.-comentó Alonso riéndose.- ¿hablaba de tu hermanastro?
-Sí. Oye, ¿no se pondrá celosa tu novia? Al fin y al cabo soy una chica, no tienes por qué…
-Mi novia es comprensiva. Es una de las partes de ser adulta.
-Me gustaría ser como tu novia. Me gustaría entender a esa chica.-susurré casi para mí misma.
-Oye, ¿por qué no vienes esta tarde a mi casa? Te presentaré a mi prima. Es de nuestra a edad y acaba de mudarse aquí. Seguramente venga a nuestro instituto, y quién sabe, quizá a nuestra clase.
Me saltaron las alarmas como un antiincendios tras una chispa. Le miré intentando parecer calmada.
-Es que esta tarde… yo… tengo que…
-Vamos, por favor. Le he dicho que te traería.
Eso era casi como ponerme una pistola en la frente y apretar el gatillo. Intenté ignorar la mirada que me estaba poniendo pero al final afirmé y le regalé mi rendición. Él dio un brinco con los puños en alto y me alejé antes de que le tentara apretujarme como Julia.
-Eres un tío con suerte-dije enfurruñada- existen muy pocos que hayan conseguido presentarme a alguien.
Él me miró sonriente y yo reprimí responderle igual. Justo en ese momento se nos cruzó el rey de Roma por la derecha.
-Voy a casa,-exclamó mirando descaradamente a Alonso- ¿te vienes, Ronnie?
Asentí y dejé que Alonso me diera dos besos antes de girarme e ir con Greg. Éste siempre me miraba extraño cuando se encontraba conmigo e iba con él.
-¿No le tenías miedo a la sociedad o algo así?
Le miré y casi le abofeteo.
-¿Tienes algún problema?
-¿Por qué él es diferente?
-¿Por qué te importa tanto?
Se calló un instante y yo le miré sin poder evitar el brillo del triunfo en mi mirada. Él siguió caminando.
-Bueno, sólo preguntaba.
-Y yo sólo respondía.
-Pues ya está.
-Pues muy bien.
Y esa fue la última vez que habló conmigo en toda la semana.
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Llamé a la puerta. Tenía en la pantalla del móvil la calle y el número de su casa. Me había mandado un mensaje con la dirección y casi me sentí extraña al recibir un mensaje. Le había respondido con un ¿A q hora? Y él con un ¿Sobre las cinco? Y yo con un ok. Casi oí a los de Vodafone gritar de alegría y felicidad al ver como gastaba saldo.
-¡Hola!-exclamó una niña en la entrada.
Tenía el pelo muy rizado y negro, recogido en una coleta alta con un lazo. Podría tener unos ocho o nueve años. La sonrisa me recordó mucho a Alonso.
-Soy Marina pero puedes llamarme Vanesa. Aunque si lo prefieres Cecilia a secas.
La miré desconcertada. Tenía el bote de pastillas en el bolsillo y aunque me había tomando una antes de salir, ya urgía tomarme otra.
-Laura haz pasar a Ronnie y déjate de tonterías.-oí la voz serena y autoritaria de Alonso al otro lado de la sala.
-¿Ronnie? ¿Qué es, un perro?-preguntó mirándome.
Vale, estaba claro que la niñita no tenía pelos en la lengua. Cualquiera habría dicho que realmente se lo estaba preguntando. Ni si quiera había puesto un cara maliciosa la decirlo. Pasé. Alonso estaba lavándose las manos en el fregadero de la cocina y había una chica sentada en la mesa. Tenía muchos rizos, igual que la supuesta Marina-Vanesa-Cecilia-Laura, y muchas pecas desperdigadas por las mejillas. Apreté el bote con fuerza en mi bolsillo. Ella me echó una ojeada y sonrió. Estaba comiéndose un sándwich de helado de nata con una cara de satisfacción, como si disfrutada enormemente de cada mordisco.
-Soy Celia-dijo sonriente tras tragarse el último bocado del helado.
-Ronnie-respondí algo cohibida mientras me recogía un mechón de pelo que me había escapado de detrás de la oreja.
Hoy me había puesto algo de mi madre. Ella era muy delgada y menuda, y me servía casi toda su ropa. Más que nada porque en su huida se había dejado medio armario. Esa tarde sabía que tenía que dar una buena impresión y dar el paso hacia delante que nunca me había atrevido a dar en el instituto, y bueno, lo había hecho.
-¿Quieres uno?-me preguntó Celia enseñándome la caja.
Negué con la cabeza y continué observándola. Esa chica era una belleza. Tenía algunos mechones pelirrojos que le caían en tirabuzones escondidos entre el pelo y unos ojos negros muy profundos. Era delgada y podría jurar que de mi altura, aunque en esos momentos estaba sentada.
-Uy. Perdona-dijo ella de repente.
Se levantó y me dio dos besos. Yo me quedé helada. Me había dejado un poco de nata en cada mejilla. Ella me miró dándose cuenta y empezó a reírse. Cualquier otra persona se habría avergonzado, pero ahí estaba ella partiéndose la caja. Alonso se giró a mirarla y me vio a mí, toda llena de nata. Me aparté un poco con el dedo y sonreí. Y luego me reí. A carcajada limpia, acompañando la risa de la chica. Él me contempló boquiabierto, extrañado. Cuando conseguí calmarme me limpié con una servilleta los restos del helado.
-Nunca… nunca te había visto reír así-dijo Alonso casi maravillado.
-Es la primera vez que me río así-dije algo sorprendida de mí misma.
-¿Bromeas? La vida está para reírse de ella-exclamó Celia.- No sé por qué, ¡pero me da a mí que tú y yo vamos a ser unas súper BFF!
No le pregunté que significaba eso, pero sonreí igualmente. Cuando se levantó pude comprobar su elegante vestuario. Llevaba unos vaqueros grises con unas botas marrones con hebillas y una blusa bey. En el cuello tenía un colgante color madera con piedrecitas brillantes incrustadas. Entonces lo entendí. Ella y yo nunca íbamos a ser amigas. Si iba a ir a mi instituto, Irene sería su mejor amiga. Aunque claro, eso, si no la llenaba de nata…


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Tú, yo y ella otra vez

Salí de cuarto en dirección de la cocina. Llevaba diez minutos diciéndome a mí misma, que no pasaba nada, que todo estaba bien. No me iban a llevar a ningún sitio extraño. Que me iba a quedar en casa hasta las siete y media, luego me iría al instituto, me concentraría en los estudios y volvería a quedarme en mi pequeño mundo de sueños en silencio, donde nadie me iba a molestar nunca más. Sin embargo, mis fantasías, sólo eran eso, fantasías.
-Esto no me lo habías dicho, Alberto.
-Supuse que no era necesario. Que simplemente… había pasado y ya está. No pensé que fuera a ocurrir de nuevo.
-¿Cuándo fue la última vez que pasó?
-Hace…. hace unos meses.
-Y supusiste que no iba a volver a pasar. Yo puedo ayudarla, si me lo hubieras dicho…
-Casandra, mi hija no está loca.
-Yo no he dicho tal cosa.
-Entonces deja de insinuarlo.
Apoyé la mano en el marco de la puerta y les escruté con la mirada. El silencio reinó de repente. No me importó el hecho de que “los había espiado” y de que se dieran cuenta. Simplemente no podía haberme ido y dejado que sus palabras se me clavaran una a una como cuchillos. Quería mirarles acusadoramente. Como si fuera culpa suya. Quería que se callaran. Que no volvieran a hablar. ¿Loca? Quizá lo estaba. Al fin y al cabo siempre había sido la ermitaña que se encerraba en casa leyendo y jugaba a las muñecas con su hermana pequeña.
-Ya vino la chica loca.
Eso me habría gustado decir. Notar el dolor en sus ojos. Pero sólo me quedé mirándoles un segundo. Sólo uno. Me habría gustado agarrar un tazón y tirárselo. Me habría gustado coger toda la vajilla y destrozarla contra el suelo delante de sus narices. Pero la entrada de Greg en la cocina desbarató mis planes de chica-loca-rebelde-malvada.

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Entré en clase arrastrando los pies. Me dolía el corazón a más no poder. Me ayudó un poco la presencia de Alonso, que se acercó y se sentó informalmente en mi pupitre sonriendo. Le miré un instante. Realmente no necesitaba seguir fingiendo que le caía bien. Su queridísima ex ya no le daba la lata. Y yo no podía contarle que la engañaba con otra porque ya lo sabía. Sin embargo, una parte de mí ya lo veía como un amigo; lo cual era extraño porque nunca había tenido uno.
-Tienes mala cara, Ronnie.-me dijo inclinándose en mi pupitre.
-Es que no he desayunado.-dije intentando sonreír.
-¿Estás bien? Ya sabes, por lo de…
-Esa es lo menor de mis preocupaciones créeme-dije áspera.
La mañana transcurrió lenta y mortalmente aburrida. Nada parecido a mis fantasías evidentemente. Letras, palabras y frases me entraban y salían por una oreja y por otra. Cuando terminaron las clases y empezó el recreo me sentí de nuevo en las mismas. Por fin yo y mi libro. Corrí la cremallera de la mochila y rebusqué con la mano unos minutos. No encontré nada más que un jersey arrugado y el libro de matemáticas.
-Me lo he olvidado-murmuré para mí misma maldiciendo.
-Una pena-escuché a mis espaldas.- ¿el cerebro quieres decir?
Al parecer mi querida Irene venía con las pilas recargadas y súper dispuesta a contraatacar. Respiré hondo y me giré con ayuda de los talones. Iba a responder, con el mismo nudo en la garganta de siempre, pero no me salió la voz. Estaba tan acostumbrada a las provocaciones de Irene que pensé que podría defenderme como es debido. Pero me quedé callada contemplando su semblante.
-El algo que siempre te ha faltado, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Tienes envidia del de Ronnie?
Erguí la cabeza y sentí por un momento un sentimiento extraño, como de querer tirarme a sus brazos. Como si fuera mi salvador. Me tendió la mano y como una tonta me dejé llevar. Como la tonta que nunca pensé que sería.
Hablamos durante el recreo. Incluso sus amigos me miraron con fijeza, como si les hubiera robado algo. Lo extraño era que no me sentía incómoda con él. Hablaba y yo me reía. Me contaba cosas de su novia. Nada de arrumacos y cosas íntimas. Me contaba su aventura por el bosque el fin de semana pasado, como se encontraron a una vieja que se había escapado de su casa en el pueblo y buscaba grillos para alimentar a su canario, como llevaron a un niño francés de once años en un restaurante hacia sus padres en el hotel… eran experiencias, anécdotas… cosas divertidas. Y yo me reía. Entonces le conté lo de Greg. Que tenía un hermanastro.
-Era ése que vi el otro día-dijo mirando hacia el cielo haciendo memoria.
-Sí.
-Parecía bastante sobreprotector y eso que no sois sangre.-murmuró sonriente.
-Ya ves-dije quitándole importancia.-será que se ha enamorado de mí.
-Espero que no-dijo riéndose.
Le miré un instante y opté por reírme. También nos juntamos al salir de clase y me acompañó hasta casa. Me sentí bien. Mejor que cuando hundía la cara hasta las cejas entre las páginas de un libro. Lo peor sería llegar a casa. Recordar lo que había pasado con una mirada. Como era habitual, ni mi padre ni madrastra estaban en casa. Sólo Greg. Pensé, “estará viendo la tele, con los pies en la mesa y picando algo” o algo como “estará jugando a la play o chateando en el ordenador”, no pensé que estaría dándose el lote con Julia en la cocina. No. En definitiva no lo pensé. Sólo me quedé contemplando la traumática imagen como si no creyera lo que veía. La mano de Julia estaba en su culo, mientras que él apenas le tocaba un brazo. Se apartaron rápidamente mientras yo cruzaba la cocina y cogía del armario de la cocina el bote de las pastillas. Dejé que el subnormal de mi hermanastro viera el bote que era y me tragué una pastilla sin vacilar. Me apoyé en la nevera y les miré fijamente. Después de dos minutos de tortura di varios pasos en su dirección.
-En mi cama no, por favor.-les pedí dejándolos solos.

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-Hola, Rosie.
-Ronnie.
-Vale, sí, digo, perdona. Lo de antes…
-Tranquila. No he visto nada.
Es increíble lo bien que miento. En realidad había visto diez segundos de morreo. Pero era algo a lo que mi mente se sentía reacia a recordar.
-¿Sabes? ¡Estoy harta!
Levanté la cabeza y la miré sorprendida. Me dieron ganas de decirle: “¿En serio? ¡Yo también! ¡Hagamos un club!” pero respondí con un rotundo e incómodo silencio.
-Casi no me besa, está todo el día hablando de cosas sin sentido en vez de hablar de él, de mí, tú, yo… joder.
-¿Yo?-pregunté.
-Sí… para que me voy a engañar. Aunque la verdad es que me resulta interesante cuando me habla de ti… pero… ¡joder! ¡Es un idiota! He tenido que besarle para que dejara de decir tonterías.
-¿Y qué dice de mí?-pregunté de nuevo.
-Muchas cosas…-respondió generalizando y evadiendo el tema.
“No insistas Ronnie”, pensé.
-Tú, yo y ella otra vez…-susurró como en Babia.
-Son épocas-comenté como si fuera una experta aunque realmente estaba muy lejos de hacerlo.
Me sorprendí de lo buena que era la pastilla. Ni si quiera estaba alterada por la presencia de aquél palo con tetas.
-No lo entiendes Ronnie. ¡Está enamorado de otra! Y lo peor es que tú y yo lo sabemos.
-Ah-murmuré como si me estuviera contando la noticia más impactante de la historia.
-¿No me vas a preguntar quién es?
La miré con fiereza y respondí con el monosílabo más sincero de la historia del planeta. No.
-Pues es curioso. Él está enamorado de ti.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Capítulo 7

Metí la llave en la cerradura y la moví para abrir la puerta. La empujé y entré al pasillo, donde dejé la mochila apoyada en la pared debajo del perchero. No me fijé en la mochila de Greg, que estaba en la esquina. Ojalá lo hubiera hecho, porque habría cerrado el baño con pestillo. Entré y cogí el botiquín de primeros auxilios, donde hice mano del betadine. Empecé a echármele en unos arañazos bastante feos que no iban a ser fáciles de ocultar. El corazón me iba a toda velocidad por muchos motivos. Porque había salido corriendo de allí, por el excesivo contacto con aquellas liantas del instituto y con Alonso, por lo que me habían hecho… cuando me estaban amenazando no sentía miedo, pero sentía nudo en el pecho, como si necesitara desahogarme en algo o contra algo.
-¿Cómo te has hecho eso?-exclamó la voz de Greg en la puerta del baño.
Bufé con rabia. Ya me habían pillado. Sin embargo no tardé en dar con la escusa idónea a la situación.
-Me he caído encima de un gato.-susurré intentando ocultar la agonía que me embargaba.
-Ya, y esos arañazos te lo ha hecho el duende Doodie.
Me callé y seguí dándome con la gasa. Greg se sentó en un taburete a mi lado y me quitó la gasa.
-Déjame que yo lo haga.
Puse morros, pero no sirvió de nada. Greg era muy suave, y me limpiaba la herida con mucha delicadeza.
-Y ahora me cuentas cómo te has hecho esto.
-Las gatas de mi instituto.-dije inocentemente mientras la rabia se sosegaba.
-Las fieras querrás decir-rió- ¿qué les has hecho para que te hicieran esto?
-Eso me gustaría saber-murmuré.
-¿Eh?
No respondí y dejé que me limpiara una herida muy fea que tenía en el brazo. Me puso esparadrapo sobre una gasa con algo de betadine. Reprimí a duras penas un sollozo al recordar como aquellas brujas me habían tirado al suelo como una muñeca de trapo.
-Si quieres voy a hablar con ellas.-propuso mirándome a los ojos.
-¿Por qué ibas a hacerlo?
-¿Porque soy tu hermano mayor?
-Hermanastro.
-Me duele que lo digas así.
-Más me duele a mí. En serio, no es necesario. Estoy segura de que ya no me van a molestar más.
-Está bien.
Terminó de curarme y me acarició la cabeza como a una niña pequeña. Miré hacia el suelo molesta.
-No me trates como una niña.-dije.
Él me puso las manos en los hombros y me hizo alzar la barbilla para poder mirarle. Por un momento, deseé no haberlo hecho.
-Te trato como una niña para no tener que tratarte como una mujer-dijo con voz profunda.
Se me hizo un nudo en la garganta y giré la cabeza para fijar la vista en otro lado. Me sentí muy, muy incómoda, como si en vez de estar delante de mi desagradable hermanastro, lo estuviera de un chico normal. Sentí esa sensación de rechazo. Como si hubiera empezado a ver a Greg como otro chico cualquiera. Que podía enamorarse o burlarse de mí. Ante mis ojos la figura borrosa de mi hermanastro se había vuelto nítida y real. Sin saber por qué, los ojos se me llenaron de lágrimas y mi corazón de amargura. No estaría segura en ningún lado. La sociedad me perseguía.
-Ronnie, Ronnie, ¿Qué te pasa?-me preguntó cogiéndome por la barbilla.
Las lágrimas se me desbordaron y agaché la cabeza para esconderlas. Greg me seguía mirando confuso y perdido, mientras yo no podía evitar sentirme como me sentía. Tenía miedo, mucho miedo.
-¡Déjame!-grité apartándole y corriendo hacia mi habitación.
Ya allí cerré la puerta de un portazo y corrí el pestillo. Me acurruqué junto a ella, y escondiendo la cara entre los brazos comencé a llorar en silencio. Oí los pasos de Greg en el pasillo y como se paraba en la puerta, donde dio varios golpes.
-Ronnie, Ronnie-exclamó, pero la puerta continuó cerrada, y yo al otro lado, sin ninguna intención de abrir.
-Déjala-la voz infantil de Susana le llegó a Greg, que se giró para mirarla- Ronnie no tiene la culpa. Le tiene fobia a la sociedad.
Las palabras de mi hermana pequeña se me clavaron como estacas en el corazón. Me encogí en el suelo y observé como las lágrimas lo mojaban. Un nuevo miedo surgió en mí. Que mi padre volviera a hacerlo de nuevo. Que me llevara a aquél lugar donde las paredes eran tan blancas como la nieve, donde se olía ese enfermizo olor a clínica y médicos y la gente te sonreía como si no supieras que seguramente estabas loca y nunca ibas a dejar de estarlo. Yo era una persona tranquila. Pero sólo pensar en ello desataba las velocidades de mi corazón. Ese olor a limón. Esa mujer sonriente tendiéndote un caramelo como si tuvieras tres años. Aunque claro, hacía tiempo ya de la última sesión.

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-Ronnie abre la puerta.
No hubo respuesta.
-Ronnie.
La puerta hizo un ruido extraño y se abrió. Roberto empujó la puerta. No esperó para verme. Me cogió por la cintura como si fuera una muñeca y me puso en su hombro donde empecé a patalear. Me llevó a la cocina.
-¡Suéltame!-chillé- ¡Suéltame ahora mismo!
-¿Te vas a tranquilizar?-me preguntó.
-¡Suéltame!-grité.
. Greg se quedó observando desde una esquina con una mueca de tristeza. Mi padre me soltó en una silla y me tendió un bote de pastillas. Yo las miré un instante sin reaccionar, hasta que averigüé de que se trataban de esas drogas asquerosas que me recetaba el médico para tranquilizarme. Le di un manotazo al bote y me encogí para no ver nada, tapándome la cara.
-Tómatela, Ronnie-me ordenó mi padre recogiendo el bote y sacando una pastilla.
Negué con la cabeza y continué tragándome las lágrimas.
-¡Susana!-llamó mi padre a mi hermana- ven.
Susy apareció detrás de Greg mirándome asustada. Pero su rostro cambió, como enterneciéndose. Vio los churretes debajo de mis ojos y en mis mejillas y se  me acercó lentamente. Mi padre le dio la pastilla y ella me la tendió a mí. Yo miré su pequeña mano, y la redonda y blanca pastilla destacando en el centro. La cogí y me la metí en la boca. Tenía un sabor asqueroso,  pero de repente lo vi todo con más claridad. Seguí mirando al suelo, en el mismo punto.
-¿Ronnie?-me preguntó mi padre.
-¿Sí?
-¿Estás bien?
-Claro-murmuré con tranquilidad.
Mi padre me miró un instante.
-¿Seguro?
Sentí las miradas de todos en mí, incluidos Greg y Casandra. Yo levanté los hombros como si no hubiera pasado nada.
-Me voy a leer un rato.
Salí de la cocina y me volví a encerrar en mi cuarto. Cogí un libro y comencé a leerlo. Las lágrimas mojaron lentamente las páginas. Y en mi mente me atormentaba, una promesa que nunca llegaría a cumplirse, una canción lenta que me desgarraba por dentro. Big Girls Don’t Cry.