sábado, 21 de mayo de 2011

Vacaciones no deseadas

Tengo que deciros que mi ordenador está muerto (estoy en el de mi hermano) así que probablemente no escriba en algo de tiempo:(. Y sé que me vais a matar por esto, pero posiblemente, después de Loving Ignorance, me vaya definitivamente de blogger. Aunque eso está en bandeja pensarlo aún. Un beso.



Baby

viernes, 13 de mayo de 2011

19. Sonríe aunque sea lo último que te quede...

-¿Todo fue por dinero? ¿Pretendes que me trague ESO?
-No pretendo que te lo creas, es la verdad.-musitó.- Las deudas me tenían hasta arriba. Un día la conocí, a ella, a…
-No quiero saber su nombre-espeté con crueldad.
-Me dijo que si me casaba con ella, que si le daba un padre a Victoria, las deudas desaparecerían. Carla, quería meteros a todos en la cárcel para haceros culpables también, de la gran deuda que pesaba sobre mí.
Me quedé observándole en silencio.
-¿Mark lo sabía?
-Y tu madre.-admitió mirándome con un atisbo de esperanza, como esperando que sonriera y le perdonara como si nada hubiera pasado y fuera el padre que siempre había querido en mis sueños.
-Entonces yo era la única gilipollas que no tenía ni puñetera idea de nada-dije sonriendo con frialdad.
No respondió. Me rasqué la cabeza intentando calmarme.
-Está bien-dije- está todo de maravilla.
Dicho esto seguí caminando por la calle en dirección a mi casa. Estaba jodida. Ismael se había despedido de mí y se había ido a casa, y de alguna forma fue algo de consuelo para mí. Sabía que después de hablar con mi padre no sabría ni aguantar a mi novio. No quería ver a nadie; tan sólo encerrarme en mi mundo pequeño, donde sólo cabían mis gemidos y mis lágrimas. Corrí un poco de tramo por la calle. Estaba completamente desierta. Cuando sentí que las piernas me dolían de correr me dejé caer de rodillas, sin importarme hacerme daño con el suelo. Enterré la cara entre las manos y comencé a llorar. Ya estaba acostumbrada. A que todo me saliera mal, a que la buena suerte nunca me acompañara. Estaba teniendo una buena época ahora. Tenía que haberse estropeado por su culpa… seguí llorando, sin importarme los coches que conducían por la carretera. Alguno se paró y me preguntó qué me pasaba pero eché a correr tapándome la cara. Corría sin mirar, sin saber a dónde me llevaban mis propios pasos. Entonces me choqué. Vaya, una persona. Alcé la mirada y no tuve tiempo para esconder las lágrimas y mi rostro enrojecido. Me alejé un paso de él asustada.
-P-Perdona.
-¿Qué haces, Carla? ¿Por qué estás llorando? Carla…
Fernando me miró sin saber que más decir.  Aún recordaba su cara sorprendida, observando las medallas y trofeos de Ismael en su habitación. Nuestro trabajo juntos… fue la primera vez que nos vimos fuera de clase y así empezamos a hacernos amigos. O algo por el estilo.
Entonces extendió su mano y liberó una pequeña sonrisa. Deliberé con mí misma varios segundos si coger su mano o no. Finalmente estreché suavemente mis dedos entre los suyos. Caminamos agarrados de las manos, lentamente por la calle. De alguna manera me sentí como si estuviera engañando a Ismael. Pero a la vez no. Suspiré. Entonces llegamos a un parque, iluminado por la tenue y difusa luz de las farolas.
-¿Has visto eso?-me preguntó de repente.
Miré hacia todos lados. ¿El qué? Él apuntó a mi camisa con cara sorprendido. Inocentemente miré y él levantó la mano y me dio un pequeño golpecito en la nariz. Le miré sin saber que decir. Entonces sonrió. Yo le respondí inconscientemente.
-Eso-dijo manteniendo un gesto tranquilo y feliz.
Nos sentamos en los columpios y empezamos a balancearnos como si aún estuviéramos en primaria y fuéramos unos simples niños.
-Entiendo que no me quieras contar lo que te pasa-dijo él antes de que yo pudiera hablar-pero al menos dime que no es nada de Ismael.
-Para nada-dije-yo… le quiero muchísimo.
Noté como Ismael daba un respingo y se rascaba tímidamente la cabeza. Por un minuto sentí verlo enrojecer.
-¿Cosas de familia?-me preguntó distrayéndome.
-Algo así…-murmuré son una sonrisa triste.
-Aún recuerdo-murmuró él.- cuando a principios de curso te vi, en el pupitre, con los ojos hinchados de llorar. Te pregunté que te pasaba, y me dijiste que nada. Me extrañé, porque pensé que eras de ese tipo de personas que no lloran a menos que tengan un buen motivo.
-Que va-dije- tengo motivos. Y siempre los mismos. En el fondo soy una maldita llorica... ni soy lo que crees… en absoluto.
-Siempre te vi como alguien muy fuerte.
“Que se derrumba a primera de cambio”, pensé.
-No importa, ¿sabes? Porque cuando escuchas una historia más triste que la tuya te sientes una mierda por ser infeliz. Te odias a ti mismo por desear una vida mejor cuando hay gente que sufre aún más… que tú.
Le miré en silencio, a sus profundos ojos. Nunca le había visto así. Siempre había mirado con desinterés su careta, sobre la que se escondían pensamientos, palabras y… ¿dolor? Me recordó a mí misma. A las tardes de mi infancia llorando cuando nadie me veía  y riendo delante de los demás como si fuera la más afortunada del mundo.
-¿Quieres escuchar… una historia más triste que la tuya?
Me fundí en sus ojos, y por unos segundos casi sentí desesperación.
-No-susurré atosigada.
-Me alegro de que sea así-soltó él rápidamente, levantándose de su columpio.- me alegro de que no quieras sentirte infeliz. Ya lo eres lo suficiente.
Me miró a una distancia de medio metro y volvió a murmurar:
-Carla, cuando necesites llorar, trágate tus lágrimas y resérvalas para cuando las necesites de verdad. Recuerda que siempre hay alguien sufriendo más que tú. Recuerda que aunque seas la persona más miserable de la Tierra, siempre habrá alguien que te apoye, como quién lo hace con los demás. Sonríe, por favor. Sonríe aunque sea lo último que te quede.
Y dichas estas palabras, se marchó. Me dejó sola, en los columpios, reflexionando, con la mente en blanco y los puños cerrados por unos nervios sin motivo. Me sentía la protagonista de una obra dramática. De una obra triste de amor. Sonreír. Desconocía el significado de ese verbo.  Siempre lo hacía en momentos como éste. Sonríe… aunque sea lo último que quede…

lunes, 9 de mayo de 2011

18. Lo que me faltaba

-¡Carla!-gritó Victoria lanzándose para darme dos besos-¡cuánto tiempo!
Sonreí con mucho esfuerzo e hice como si no veía la mirada exhaustiva de mi hermano. Aún no había apartado la vista de mi padre que parecía haberse quedado en shock permanente.
-¿Qué te pasa, papá?-preguntó Victoria de repente-esta es mi amiga Carla. La conocí hace poco, es muy simpática. Alegra esa cara, hombre, parece que has visto un muerto. ¿Quién es este, Carla? ¡Qué guapo! ¿Es tu hermano? ¡Ismael!
No contesté. Esperé a que la voz volviera a mí. Ni si quiera me cosqué cuando Vic le dio dos besos a mi novio. Tampoco me pregunté de qué se conocían. No se habían hablado en la fiesta. Bien, la voz había vuelto. Tenía muy claro lo que tenía que decir.
-Interesante… ¿Vuelves a vivir por aquí?-pregunté con un tono cargado de rencor y odio- ¿has venido a jodernos un poco más porque no lo habías hecho suficiente?
Ismael y Victoria me miraron sorprendidos, casi asustados por cómo había cambiado de actitud en tan sólo unos escasos segundos. Mi hermano siguió en silencio, escuchándome. Mi padre seguía mirándome sin decir nada tampoco.
-Joder-exclamé limpiándome las lágrimas acumuladas en mis ojos- ¿por qué? ¿Por qué has vuelto? ¿Por qué no puedes irte con esa puta a la que te tirabas cuando te ibas a trabajar? Te has casado con ella, ¿no? No me jodas que Victoria es tu hija. ¿Ahora…? ¿Ahora tengo una hermana?
Victoria se me quedó mirando horrorizada, asustada, sorprendida. La verdad es que qye yo tuviera una hermanastra no me sorprendía. Ya la había visto una vez. Tenía que haberlo sabido. Aún me acordaba de aquél ángel rubio, de aquella niña pequeña de cara redonda y piel muy blanca...
Ismael pareció entenderlo todo de golpe, muy deprisa. Se puso a mi lado y me cogió la mano, y yo se la apreté fuerte para evitar un sollozo, ahogándolo en una tos.
-Carla-murmuró de repente mi hermano-déjalo.
Le miré. Ya no parecía enfadado. Más bien triste. Entonces me dejé caer de rodillas y empecé a llorar sin consuelo. Ismael se agachó y me sumergí entre sus brazos donde empecé a mojarle la camiseta como si fuera una cascada. Tanto tiempo… tanto tiempo… joder.
Me limpié la cara y seguí hablando aunque mi hermano me había pedido que parara. No podía. Tenía muchas cosas que decir, demasiadas.
-¿Sabes? Celebré mi cumpleaños en el parque como siempre había querido. Canté una canción delante de todo el mundo a final de curso en el colegio. Rallé el armario con frases imposibles por dentro. Comí fuera con mis amigas. Pasé al instituto. He besado un chico y ahora es mi novio. Y joder. He suspendido matemáticas. Y todas esas cosas te las has perdido. Aunque no creo que te importe. Nunca te importamos. Sólo tu puñetera inglesa rubia tetona de mierda. Ah.-me limpié la cara- y tu hija. Espero por lo menos… que a ellas no las engañes.
Diciendo esto, volví a coger la mano de Ismael, y me fui caminando en dirección contraria a sus pasos. Mi hermano se quedó mirando a mi padre unos segundos. Bajó la mirada y me siguió. Nunca podré entender que fue de las promesas y de las palabras bonitas, de los besos antes de irse a dormir. Seguramente le importaban tanto como yo. Pues que bien.

Mi hermano entró en casa y se acostó en el sillón. No se encontraba bien. Yo tampoco. Me quedé con Ismael en mi jardín de rosas. Allí no procurábamos palabra. A mí no me apetecía hacer nada. No hacía mal día aunque algo de frío sí que hacía. Al fin y al cabo era invierno.
-¿Vamos a mi cuarto?-pregunté.
Él asintió y yo le llevé allí subiendo las escaleras. Cuando estuvo allí cerré la puerta. Me senté en mi cama y él hizo lo mismo.
-¿Seguro que estás bien?-me volvió a preguntar por décima vez.
-Sí-respondí mintiendo como un cosaco.
Lentamente le tumbé en mi cama y empecé a besarle despacio. Entre tanto beso acabé yo debajo de él y dejé que siguiera besándome. Ya teníamos casi dieciséis años. Él los tenía. En teoría éramos mayores para hacer lo que quisiéramos. Me reí interiormente. “Y una mierda, somos unos críos”, pensé. Pero no le paré. Volví a ponerme encima de él y empecé a desabrocharle los botones de la camiseta.
-¿Qué haces?-preguntó de repente alarmándose.
-Nada, idiota-dije-no pienso hacer lo que piensas.
Él se relajó y dejó que viera su busto al descubierto. Lo acaricié y empecé a hacer formas en él, como antes había hecho con mi mano. Empecé a sentir calor y me quité la chaqueta. Seguí dibujando con la mente en blanco, acariciando su clavícula.
-No estás bien-me confirmó incorporándose.
No pude evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas. No hice ningún gesto, como una estatua y sonreí. Él me besó en la mejilla limpiándome una lágrima.
-No llores-me pidió-si lo haces me sentiré mal.
-Sólo soy una inútil-dije.-en vez de decirle que le quería y le echaba de menos le solté todo eso.
-Es normal-me susurró- yo también lo habría hecho.
-Pero tú eres un idiota-excusé- yo no.
-Bonita deducción-dijo con una sonrisa burlona.
Me limpió otra lágrima y volvió a besarme. 
-Pronto cumples los dieciséis-me dijo de repente- ¿qué quieres que te regale?
-Nada-dije- contigo me es suficiente.
-Ya sé que soy el mejor, cariño-me dijo echándose flores-pero en serio, dime que quieres.
-Pues… quiero un beso.
-Eso lo tienes todos los días.
-Entonces quiero algo más que un beso.
-¿Más cómo?
-Hagamos un viaje. A algún lugar.-sugerí titubeante.
-¿A dónde?
-A dónde sea, pero contigo.
-Deseo cumplido, Cenicienta-me dijo tumbándome de nuevo y besándome- pero a media noche…
-El hechizo se romperá-terminé.
-El nuestro no. Nunca lo hará.-determinó él.
Sonreí feliz. Había logrado sacarme una sonrisa, y hacerme olvidar mis penas. Seguí besándome mientras acariciaba  su pecho. Él metió su mano debajo de mi camiseta y me acarició la piel. Entonces, la puerta se abrió. Joder, que oportuno. Me separé rápidamente de Ismael. Era Mark. Qué bien. Lo que siempre soñé, que mi hermano me pillara en un momento de pasión.
-¿Qué quieres?-pregunté molesta.
-Papá. –musitó- Papá ha venido a verte. Quiere hablar contigo.
Le  miré un instante. Que gracioso. Quería hablar con su querida hija de quince años en plena edad pavera. Pues lo llevaba claro si tenía pesado razonar conmigo.





sábado, 7 de mayo de 2011

17. Un encuentro helado

Había pasado una semana desde la acampada de tenis. Jugamos mucho, fue como una especie de entrenamiento. La entrenadora se centró exageradamente en Ismael y en mí y nos obligó a jugar juntos como dobles e individual. Aunque yo, sinceramente, soy más de juego individual, me gusta tener toda la pista para mí.
Las cosas entre Ismael y yo iban bien, aunque íbamos despacio, como yo quería. Era agradable sentir que alguien te quería, y que me palpitara fuerte el pecho, era algo a lo que no estaba acostumbrada, pero me gustaba.

-Venga no te preocupes.-me dijo Abril pasándome un brazo por el cuello y dejándome un beso en la mejilla.
-¿Cómo no quieres que me preocupe?-me quejé desdoblando de nuevo mis notas para fijar mi vista en mi cuatro en matemáticas.
-Por Dios, cariño-exclamó Sam-cuatro ochos, cinco nueves…
-Y un cuatro-murmuré como si una gran ventisca se hubiera llevado mis otros sobresalientes.
-Eres asquerosa-dijo riéndose a Abril-tienes un cuatro y te quejas, yo tengo seis de esos.
-Eso es porque eres una vaga sin remedio-dije.-pero yo no…
-Oh… un cuatro en mates, ¡pero vaya inútil!
Alcé la mirada y sonreí. Ismael acababa de salir de clase y llevaba la cartera colgando de un hombro.
-Vamos un rato por ahí-me sugirió.
Yo miré a mis amigas con una sonrisa de oreja a oreja y Abril me empujó con él.
-Ya nos veremos después-murmuró riéndose y agarrando de un brazo a Sam que se dejó balancear por ella.
Las despedí con la mano y me fui con él. Íbamos caminando juntos por la calle. Dejé que me cogiera de la mano y llegamos hasta el parque que hay a la esquina del instituto. Allí nos tiramos en la hierba y miramos el cielo azul en silencio.
-No sé que me va a decir mi madre-dije lanzando el sobre de las notas y volviéndolo  a coger-me va a matar con un suspenso.
-¿Cómo se puede ser tan inútil?-preguntó riéndose-ah, claro, siendo tú.
Le miré un instante.
-¿Te ha quedado alguna?-le pregunté ignorando sus provocaciones.
-Pues claro que no, mi pequeña inútil.
-Mentiroso.
Nos quedamos mirando un instante. Estaba sonriendo de oreja a oreja como lo hace cuando miente, enseñando todos los dientes, afiliados y blancos. Me lancé sobre él, y haciéndole cosquillas, conseguí meter la mano en su mochila y sacar el sobre.
-¡Te han quedado tres!-exclamé sorprendida desplegando el papel.- ¡un dos en matemáticas!!! ¿Quién es la inútil aquí? ¿Eh? ¡A este paso tendré que ser tu profesora particular!
-No me importaría que fueras mi profesora-murmuró él sonriendo- pero preferiría que me enseñaras otras cosas.
-Eres un guarro-le dije.
-Sólo soy un romántico-espetó cogiéndome un mano y empezando a hacer dibujos con el dedo sobre ella.
Le miré con displicencia. Él capturó mi mirada y suavemente me acarició la mejilla provocando que enrojeciera.
-Has cambiado-me susurró- antes me habrías dado una torta por si quiera acariciarte.
-Por que no te conocía-me excusé- y a mí eso del amor no me iba…
-¿Y ahora sí?-preguntó acercándose a mí.
Le observé de cerca, mientras se ponía frente a mí. Con cuidado y seguridad, le aparté los cabellos que le caían por encima de los ojos. Sentía su aliento y el mío mezclándose. Iba darle un beso cuando él me tapó los ojos.
-¿Qué haces?-le pregunté sorprendida.
Sentía sus manos muy calientes encima de mis ojos.
-Tengo un regalo para ti.-murmuró.
Noté con me acariciaba lentamente el cuello, levantándolo con ligereza. Cuando pude ver, vi que había dejado en él un precioso y redondo colgante. Me quedé callada en silencio mientras lo observaba.
-¿No te gusta?-preguntó.
No estaba acostumbrada a que me hicieran regalos y el detalle me había sorprendido. Ismael inclinó la cabeza sobre mí y  nuestras narices se rozaron. Entonces empezamos a besarnos tirados en la hierba. Estaba tan concentrada que no me di cuenta de que la gente pasaba a nuestro lado y nos miraba resoplando, como diciendo que vaya juventud. De repente, Ismael empezó a hacerme cosquillas. Estallamos en risas.
-Tontina-me dijo riéndose.
-Tontísima-dijo una voz.
Levanté la cabeza sorprendida, congelada. Esa voz. Riéndome nerviosa miré a mi hermano, que estaba en frente de nosotros tan tranquilo.
-Había salido a buscarte-comentó-no me habías contado que tenías novio.
-¿En serio? ¿De verdad? Se me habrá pasado-dije apartándome.
-¿Este es tu hermano?-preguntó Ismael.
De repente vi que sonreía satisfecho. Parecía estar riéndose de un chiste interno. Fruncí el entrecejo y suspiré con pesar.
-¡Sí, petardo, plasta!-exclamé sonrojándome- Ismael, mi hermano, mi hermano, Ismael.
-Vaya ya no tengo ni nombre-se quejó sonriente mi hermano que le tendió la mano alegremente.
“Maldito”, pensé observando cómo Mark me mostraba una mueca burlona. Ese gesto me llevó a tiempos remotos, por así decirlo, cuando jugábamos al escondite por la casa, cuando cogíamos los zapatos de mi padre, los escondíamos debajo de una mata y parecía que había alguien…
-Eres tonto-dije riéndome y levantándome.
Entonces, justo cuando iba a alcanzar a mi hermano para darle una colleja, para continuar con las divertidas risas, con los momentos incómodos… me paré. Con la mente congelada, la cara rasgada en una mueca. El corazón dejó de latir un instante en mi pecho, y a continuación, lo hizo rápidamente, con fuerza y continuidad. Pensé que se me iba a salir desbocado. Me dejé caer en la hierba, mientras hacía como que no oía las palabras de Ismael, que me miraba preocupado. Mi hermano tampoco hablaba. Miraba en mi misma dirección. Pero él no estaba helado. Él estaba serio, y apretaba los dientes para evitar escapar un alarido de furia interior.  Cerré los ojos y me sujeté la barriga con desconsuelo. Caminando de la mano iban una chica hermosa y rubia, de largos cabellos. No había tardado nada en reconocerla como la brillante chica de la fiesta, Victoria. Al que menos había tardado en reconocer, era al hombre que la acompañaba. Con las lágrimas a punto de desbordarse observé como mi padre se paraba helado frente a mí, después de tantos años. Qué duro debía ser encontrarse con una hija… muy duro.