miércoles, 14 de septiembre de 2011

Mejores amigas, ¿sí?

Alguien llamó al timbre. Me había puesto una camiseta azul y unas deportivas con unos vaqueros. Algo en mí había cambiado. De repente, había dejado de importarme el estar cómoda y lo demás. Ahora sentía algo en mi pecho, como la necesidad de vestir algo mejor, en vez de ir siempre con el mismo pantalón de chándal al instituto.
-¿Celia?
-¡Hola! ¿Sabes? Es extraño empezar a mitad de curso, pero está bien, ¿no crees? ¿Vamos al instituto?
La miré un segundo aún sin creerme que estuviera allí, donde hace varios segundos no había nada.
-Guau, me encanta esa camiseta-dijo señalándola.
Sonreí y con la mochila en el hombro salí de casa. Estuvo con la lengua fuera todo el camino. Me contó de todo. Como era antes su vida, su familia, anécdotas… me sentí cohibida ante una persona que tenía tanto que contar. Yo… ¿yo qué iba a decirle? ¿Qué me encerraba en mi casa a leer, estudiar y jugar con mi hermana a las muñecas? Pero entonces dijo algo con lo que podría ser feliz toda la vida.
-Y sobre todo, sobre todo, me encanta leer. Es como otro mundo aparte del mío y cuando me hundo en un libro…
-No soy capaz de salir-terminé emocionada.
-¿A ti te gusta leer?
-Me encanta.
-Cada vez estoy más convencida de que vas a ser mi mejor amiga-dijo sonriéndome inmersa en su mundo de colorines.
Entonces el peor de mis miedos me embargó. ¿Y si descubriera que soy la marginada de la clase? Bueno, más bien la auto-marginada. Está claro que se decepcionaría y cogería el caminito de Irene.
-No creo que eso suceda-murmuré de manera casi ininteligible.
-¿Por qué?-preguntó  parándose delante de mí y dificultándome el paso.
-Porque no tengo muchas amigas-ninguna- y…
-¿Y qué importa? Tú me caes genial y por encima de esas estupideces.-exclamó enfadándose.
Sonreí, aunque sabía que se equivocaba. Sabía que en cuanto entrara en clase seguiríamos siendo amigas, pero con el tiempo todo eso desaparecería.
Entramos en clase. En el momento que Celia pisó el suelo de losas blancas del aula, todas las personas dentro se giraron a mirarla. Algunos se quedaron embobados, como si acabase de entrar una estrella de cine; otros la miraron con recelo, casi con ¿envidia? Sí, esto va por Irene.
-Hola-dijo poniéndose de un salto delante de ella y plantándole dos besos- soy Irene.
-Yo Celia-dijo ella sonriendo.
Bueno, no me caería bien si viéndose por primera vez sintiera lo que yo siento  al ver su cara bonita todos los días.
-¿Te sientas a mi lado? Está libre.-le propuso indicándole el pupitre de Samanta, perrita número 3.
Oí un gritito molesto y la mirada enojada de una de sus perritas falderas (Sam la número 3).  A lo mejor no estaba tan libre.
-Me parece que voy a pasar. Hoy quiero ponerme con Ronnie, ¿verdad?
-Sí, claro-musité.
Irene me dirigió una mirada de desprecio absoluto y completamente llena de odio. Estupendo. Como si no tuviera bastantes en mi saco. Pero por un lado me sentí bien. Cómetelo tonta del culo. Ahora estará toda la mañana afligida, como si le hubieran dado un tiro y estuviera recuperándose. Eso de que prefieran a otra antes que ella es algo a lo que no está acostumbrada.
-¿Dónde vas Ronnie? Yo a tu lado, ¿Eh?
La miré un instante. Esto dijo algo. Algo que nunca olvidaré.
-Mejores amigas, ¿sí?
El sitio a mi lado no volvería a estar nunca más desocupado. Cuando Alonso entró en clase le miré dispuesta a dirigirle la sonrisa más bonita y grande del mundo. Pero cuando su figura pudo ser avistada a mis ojos me entraron de ganas de todo menos de sonreír. Tenía la cara roja. Roja de lágrimas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

9. Celia

Han pasado varios días. Alonso siempre me busca y claro, siempre me encuentra. Me  pilla, me sonríe y me habla. Se pasa diez minutos hablando conmigo y luego se va con sus amigos. Y aunque sólo sean seiscientos segundos, bua, es como… no sé ni explicarlo. Es como una satisfacción que me llena y me completa. Es un amigo. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así. Casi no recuerdo la última vez que tuve. Y es que tuve. Tuve una amiga. Se llamaba Clara. Era mi vecina y nos llevábamos genial. ¿Qué pasó? Que mi madre se fue y se desmoronó mi mundo. Y bueno, ahora, Clara no era una niña mona con un lacito en la cabeza. Digamos que los pendientes ya no sólo los tiene en las orejas…

Ella estaba en una esquina. Irónico. En el mismo callejón en el que pillé a Alonso besando a su novia pelirroja. Él que iba a mi lado no pudo evitar rascarse la cabeza. Ella había estado haciendo lo mismo con un chico alto y rubio que no era para nada Greg.
-¡Rosie!-exclamó separándose y engulléndome en un abrazo.
No luché para escapar, ni si quiera me molesté en corregirle mi nombre. Total, para ella ya era Rosie… nada iba a cambiar.
-Rompí con Greg-me anunció al verme parada, ahí, y analizando al chaval.- total… bueno, ya te lo conté ¿no? No me creíste…
-No, no te creí.-dije con una mirada seria.
-Ya lo notarás por ti misma.-dijo ella con la misma sonrisa, como si no le importaran mis miradas algo despectivas.- es un chico genial, ¿Sabes? Se hace el duro pero es más blando que la plastilina. Espero quedar contigo algún día, ¿sí? Me voy, chao, ¡te quiero!
Dicho esto me apretujó una vez más y salió dando trotes hacia su chico, con el que se fue.
-Parecía una charla telefónica.-comentó Alonso riéndose.- ¿hablaba de tu hermanastro?
-Sí. Oye, ¿no se pondrá celosa tu novia? Al fin y al cabo soy una chica, no tienes por qué…
-Mi novia es comprensiva. Es una de las partes de ser adulta.
-Me gustaría ser como tu novia. Me gustaría entender a esa chica.-susurré casi para mí misma.
-Oye, ¿por qué no vienes esta tarde a mi casa? Te presentaré a mi prima. Es de nuestra a edad y acaba de mudarse aquí. Seguramente venga a nuestro instituto, y quién sabe, quizá a nuestra clase.
Me saltaron las alarmas como un antiincendios tras una chispa. Le miré intentando parecer calmada.
-Es que esta tarde… yo… tengo que…
-Vamos, por favor. Le he dicho que te traería.
Eso era casi como ponerme una pistola en la frente y apretar el gatillo. Intenté ignorar la mirada que me estaba poniendo pero al final afirmé y le regalé mi rendición. Él dio un brinco con los puños en alto y me alejé antes de que le tentara apretujarme como Julia.
-Eres un tío con suerte-dije enfurruñada- existen muy pocos que hayan conseguido presentarme a alguien.
Él me miró sonriente y yo reprimí responderle igual. Justo en ese momento se nos cruzó el rey de Roma por la derecha.
-Voy a casa,-exclamó mirando descaradamente a Alonso- ¿te vienes, Ronnie?
Asentí y dejé que Alonso me diera dos besos antes de girarme e ir con Greg. Éste siempre me miraba extraño cuando se encontraba conmigo e iba con él.
-¿No le tenías miedo a la sociedad o algo así?
Le miré y casi le abofeteo.
-¿Tienes algún problema?
-¿Por qué él es diferente?
-¿Por qué te importa tanto?
Se calló un instante y yo le miré sin poder evitar el brillo del triunfo en mi mirada. Él siguió caminando.
-Bueno, sólo preguntaba.
-Y yo sólo respondía.
-Pues ya está.
-Pues muy bien.
Y esa fue la última vez que habló conmigo en toda la semana.
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Llamé a la puerta. Tenía en la pantalla del móvil la calle y el número de su casa. Me había mandado un mensaje con la dirección y casi me sentí extraña al recibir un mensaje. Le había respondido con un ¿A q hora? Y él con un ¿Sobre las cinco? Y yo con un ok. Casi oí a los de Vodafone gritar de alegría y felicidad al ver como gastaba saldo.
-¡Hola!-exclamó una niña en la entrada.
Tenía el pelo muy rizado y negro, recogido en una coleta alta con un lazo. Podría tener unos ocho o nueve años. La sonrisa me recordó mucho a Alonso.
-Soy Marina pero puedes llamarme Vanesa. Aunque si lo prefieres Cecilia a secas.
La miré desconcertada. Tenía el bote de pastillas en el bolsillo y aunque me había tomando una antes de salir, ya urgía tomarme otra.
-Laura haz pasar a Ronnie y déjate de tonterías.-oí la voz serena y autoritaria de Alonso al otro lado de la sala.
-¿Ronnie? ¿Qué es, un perro?-preguntó mirándome.
Vale, estaba claro que la niñita no tenía pelos en la lengua. Cualquiera habría dicho que realmente se lo estaba preguntando. Ni si quiera había puesto un cara maliciosa la decirlo. Pasé. Alonso estaba lavándose las manos en el fregadero de la cocina y había una chica sentada en la mesa. Tenía muchos rizos, igual que la supuesta Marina-Vanesa-Cecilia-Laura, y muchas pecas desperdigadas por las mejillas. Apreté el bote con fuerza en mi bolsillo. Ella me echó una ojeada y sonrió. Estaba comiéndose un sándwich de helado de nata con una cara de satisfacción, como si disfrutada enormemente de cada mordisco.
-Soy Celia-dijo sonriente tras tragarse el último bocado del helado.
-Ronnie-respondí algo cohibida mientras me recogía un mechón de pelo que me había escapado de detrás de la oreja.
Hoy me había puesto algo de mi madre. Ella era muy delgada y menuda, y me servía casi toda su ropa. Más que nada porque en su huida se había dejado medio armario. Esa tarde sabía que tenía que dar una buena impresión y dar el paso hacia delante que nunca me había atrevido a dar en el instituto, y bueno, lo había hecho.
-¿Quieres uno?-me preguntó Celia enseñándome la caja.
Negué con la cabeza y continué observándola. Esa chica era una belleza. Tenía algunos mechones pelirrojos que le caían en tirabuzones escondidos entre el pelo y unos ojos negros muy profundos. Era delgada y podría jurar que de mi altura, aunque en esos momentos estaba sentada.
-Uy. Perdona-dijo ella de repente.
Se levantó y me dio dos besos. Yo me quedé helada. Me había dejado un poco de nata en cada mejilla. Ella me miró dándose cuenta y empezó a reírse. Cualquier otra persona se habría avergonzado, pero ahí estaba ella partiéndose la caja. Alonso se giró a mirarla y me vio a mí, toda llena de nata. Me aparté un poco con el dedo y sonreí. Y luego me reí. A carcajada limpia, acompañando la risa de la chica. Él me contempló boquiabierto, extrañado. Cuando conseguí calmarme me limpié con una servilleta los restos del helado.
-Nunca… nunca te había visto reír así-dijo Alonso casi maravillado.
-Es la primera vez que me río así-dije algo sorprendida de mí misma.
-¿Bromeas? La vida está para reírse de ella-exclamó Celia.- No sé por qué, ¡pero me da a mí que tú y yo vamos a ser unas súper BFF!
No le pregunté que significaba eso, pero sonreí igualmente. Cuando se levantó pude comprobar su elegante vestuario. Llevaba unos vaqueros grises con unas botas marrones con hebillas y una blusa bey. En el cuello tenía un colgante color madera con piedrecitas brillantes incrustadas. Entonces lo entendí. Ella y yo nunca íbamos a ser amigas. Si iba a ir a mi instituto, Irene sería su mejor amiga. Aunque claro, eso, si no la llenaba de nata…


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Tú, yo y ella otra vez

Salí de cuarto en dirección de la cocina. Llevaba diez minutos diciéndome a mí misma, que no pasaba nada, que todo estaba bien. No me iban a llevar a ningún sitio extraño. Que me iba a quedar en casa hasta las siete y media, luego me iría al instituto, me concentraría en los estudios y volvería a quedarme en mi pequeño mundo de sueños en silencio, donde nadie me iba a molestar nunca más. Sin embargo, mis fantasías, sólo eran eso, fantasías.
-Esto no me lo habías dicho, Alberto.
-Supuse que no era necesario. Que simplemente… había pasado y ya está. No pensé que fuera a ocurrir de nuevo.
-¿Cuándo fue la última vez que pasó?
-Hace…. hace unos meses.
-Y supusiste que no iba a volver a pasar. Yo puedo ayudarla, si me lo hubieras dicho…
-Casandra, mi hija no está loca.
-Yo no he dicho tal cosa.
-Entonces deja de insinuarlo.
Apoyé la mano en el marco de la puerta y les escruté con la mirada. El silencio reinó de repente. No me importó el hecho de que “los había espiado” y de que se dieran cuenta. Simplemente no podía haberme ido y dejado que sus palabras se me clavaran una a una como cuchillos. Quería mirarles acusadoramente. Como si fuera culpa suya. Quería que se callaran. Que no volvieran a hablar. ¿Loca? Quizá lo estaba. Al fin y al cabo siempre había sido la ermitaña que se encerraba en casa leyendo y jugaba a las muñecas con su hermana pequeña.
-Ya vino la chica loca.
Eso me habría gustado decir. Notar el dolor en sus ojos. Pero sólo me quedé mirándoles un segundo. Sólo uno. Me habría gustado agarrar un tazón y tirárselo. Me habría gustado coger toda la vajilla y destrozarla contra el suelo delante de sus narices. Pero la entrada de Greg en la cocina desbarató mis planes de chica-loca-rebelde-malvada.

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Entré en clase arrastrando los pies. Me dolía el corazón a más no poder. Me ayudó un poco la presencia de Alonso, que se acercó y se sentó informalmente en mi pupitre sonriendo. Le miré un instante. Realmente no necesitaba seguir fingiendo que le caía bien. Su queridísima ex ya no le daba la lata. Y yo no podía contarle que la engañaba con otra porque ya lo sabía. Sin embargo, una parte de mí ya lo veía como un amigo; lo cual era extraño porque nunca había tenido uno.
-Tienes mala cara, Ronnie.-me dijo inclinándose en mi pupitre.
-Es que no he desayunado.-dije intentando sonreír.
-¿Estás bien? Ya sabes, por lo de…
-Esa es lo menor de mis preocupaciones créeme-dije áspera.
La mañana transcurrió lenta y mortalmente aburrida. Nada parecido a mis fantasías evidentemente. Letras, palabras y frases me entraban y salían por una oreja y por otra. Cuando terminaron las clases y empezó el recreo me sentí de nuevo en las mismas. Por fin yo y mi libro. Corrí la cremallera de la mochila y rebusqué con la mano unos minutos. No encontré nada más que un jersey arrugado y el libro de matemáticas.
-Me lo he olvidado-murmuré para mí misma maldiciendo.
-Una pena-escuché a mis espaldas.- ¿el cerebro quieres decir?
Al parecer mi querida Irene venía con las pilas recargadas y súper dispuesta a contraatacar. Respiré hondo y me giré con ayuda de los talones. Iba a responder, con el mismo nudo en la garganta de siempre, pero no me salió la voz. Estaba tan acostumbrada a las provocaciones de Irene que pensé que podría defenderme como es debido. Pero me quedé callada contemplando su semblante.
-El algo que siempre te ha faltado, ¿no? ¿Qué pasa? ¿Tienes envidia del de Ronnie?
Erguí la cabeza y sentí por un momento un sentimiento extraño, como de querer tirarme a sus brazos. Como si fuera mi salvador. Me tendió la mano y como una tonta me dejé llevar. Como la tonta que nunca pensé que sería.
Hablamos durante el recreo. Incluso sus amigos me miraron con fijeza, como si les hubiera robado algo. Lo extraño era que no me sentía incómoda con él. Hablaba y yo me reía. Me contaba cosas de su novia. Nada de arrumacos y cosas íntimas. Me contaba su aventura por el bosque el fin de semana pasado, como se encontraron a una vieja que se había escapado de su casa en el pueblo y buscaba grillos para alimentar a su canario, como llevaron a un niño francés de once años en un restaurante hacia sus padres en el hotel… eran experiencias, anécdotas… cosas divertidas. Y yo me reía. Entonces le conté lo de Greg. Que tenía un hermanastro.
-Era ése que vi el otro día-dijo mirando hacia el cielo haciendo memoria.
-Sí.
-Parecía bastante sobreprotector y eso que no sois sangre.-murmuró sonriente.
-Ya ves-dije quitándole importancia.-será que se ha enamorado de mí.
-Espero que no-dijo riéndose.
Le miré un instante y opté por reírme. También nos juntamos al salir de clase y me acompañó hasta casa. Me sentí bien. Mejor que cuando hundía la cara hasta las cejas entre las páginas de un libro. Lo peor sería llegar a casa. Recordar lo que había pasado con una mirada. Como era habitual, ni mi padre ni madrastra estaban en casa. Sólo Greg. Pensé, “estará viendo la tele, con los pies en la mesa y picando algo” o algo como “estará jugando a la play o chateando en el ordenador”, no pensé que estaría dándose el lote con Julia en la cocina. No. En definitiva no lo pensé. Sólo me quedé contemplando la traumática imagen como si no creyera lo que veía. La mano de Julia estaba en su culo, mientras que él apenas le tocaba un brazo. Se apartaron rápidamente mientras yo cruzaba la cocina y cogía del armario de la cocina el bote de las pastillas. Dejé que el subnormal de mi hermanastro viera el bote que era y me tragué una pastilla sin vacilar. Me apoyé en la nevera y les miré fijamente. Después de dos minutos de tortura di varios pasos en su dirección.
-En mi cama no, por favor.-les pedí dejándolos solos.

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-Hola, Rosie.
-Ronnie.
-Vale, sí, digo, perdona. Lo de antes…
-Tranquila. No he visto nada.
Es increíble lo bien que miento. En realidad había visto diez segundos de morreo. Pero era algo a lo que mi mente se sentía reacia a recordar.
-¿Sabes? ¡Estoy harta!
Levanté la cabeza y la miré sorprendida. Me dieron ganas de decirle: “¿En serio? ¡Yo también! ¡Hagamos un club!” pero respondí con un rotundo e incómodo silencio.
-Casi no me besa, está todo el día hablando de cosas sin sentido en vez de hablar de él, de mí, tú, yo… joder.
-¿Yo?-pregunté.
-Sí… para que me voy a engañar. Aunque la verdad es que me resulta interesante cuando me habla de ti… pero… ¡joder! ¡Es un idiota! He tenido que besarle para que dejara de decir tonterías.
-¿Y qué dice de mí?-pregunté de nuevo.
-Muchas cosas…-respondió generalizando y evadiendo el tema.
“No insistas Ronnie”, pensé.
-Tú, yo y ella otra vez…-susurró como en Babia.
-Son épocas-comenté como si fuera una experta aunque realmente estaba muy lejos de hacerlo.
Me sorprendí de lo buena que era la pastilla. Ni si quiera estaba alterada por la presencia de aquél palo con tetas.
-No lo entiendes Ronnie. ¡Está enamorado de otra! Y lo peor es que tú y yo lo sabemos.
-Ah-murmuré como si me estuviera contando la noticia más impactante de la historia.
-¿No me vas a preguntar quién es?
La miré con fiereza y respondí con el monosílabo más sincero de la historia del planeta. No.
-Pues es curioso. Él está enamorado de ti.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Capítulo 7

Metí la llave en la cerradura y la moví para abrir la puerta. La empujé y entré al pasillo, donde dejé la mochila apoyada en la pared debajo del perchero. No me fijé en la mochila de Greg, que estaba en la esquina. Ojalá lo hubiera hecho, porque habría cerrado el baño con pestillo. Entré y cogí el botiquín de primeros auxilios, donde hice mano del betadine. Empecé a echármele en unos arañazos bastante feos que no iban a ser fáciles de ocultar. El corazón me iba a toda velocidad por muchos motivos. Porque había salido corriendo de allí, por el excesivo contacto con aquellas liantas del instituto y con Alonso, por lo que me habían hecho… cuando me estaban amenazando no sentía miedo, pero sentía nudo en el pecho, como si necesitara desahogarme en algo o contra algo.
-¿Cómo te has hecho eso?-exclamó la voz de Greg en la puerta del baño.
Bufé con rabia. Ya me habían pillado. Sin embargo no tardé en dar con la escusa idónea a la situación.
-Me he caído encima de un gato.-susurré intentando ocultar la agonía que me embargaba.
-Ya, y esos arañazos te lo ha hecho el duende Doodie.
Me callé y seguí dándome con la gasa. Greg se sentó en un taburete a mi lado y me quitó la gasa.
-Déjame que yo lo haga.
Puse morros, pero no sirvió de nada. Greg era muy suave, y me limpiaba la herida con mucha delicadeza.
-Y ahora me cuentas cómo te has hecho esto.
-Las gatas de mi instituto.-dije inocentemente mientras la rabia se sosegaba.
-Las fieras querrás decir-rió- ¿qué les has hecho para que te hicieran esto?
-Eso me gustaría saber-murmuré.
-¿Eh?
No respondí y dejé que me limpiara una herida muy fea que tenía en el brazo. Me puso esparadrapo sobre una gasa con algo de betadine. Reprimí a duras penas un sollozo al recordar como aquellas brujas me habían tirado al suelo como una muñeca de trapo.
-Si quieres voy a hablar con ellas.-propuso mirándome a los ojos.
-¿Por qué ibas a hacerlo?
-¿Porque soy tu hermano mayor?
-Hermanastro.
-Me duele que lo digas así.
-Más me duele a mí. En serio, no es necesario. Estoy segura de que ya no me van a molestar más.
-Está bien.
Terminó de curarme y me acarició la cabeza como a una niña pequeña. Miré hacia el suelo molesta.
-No me trates como una niña.-dije.
Él me puso las manos en los hombros y me hizo alzar la barbilla para poder mirarle. Por un momento, deseé no haberlo hecho.
-Te trato como una niña para no tener que tratarte como una mujer-dijo con voz profunda.
Se me hizo un nudo en la garganta y giré la cabeza para fijar la vista en otro lado. Me sentí muy, muy incómoda, como si en vez de estar delante de mi desagradable hermanastro, lo estuviera de un chico normal. Sentí esa sensación de rechazo. Como si hubiera empezado a ver a Greg como otro chico cualquiera. Que podía enamorarse o burlarse de mí. Ante mis ojos la figura borrosa de mi hermanastro se había vuelto nítida y real. Sin saber por qué, los ojos se me llenaron de lágrimas y mi corazón de amargura. No estaría segura en ningún lado. La sociedad me perseguía.
-Ronnie, Ronnie, ¿Qué te pasa?-me preguntó cogiéndome por la barbilla.
Las lágrimas se me desbordaron y agaché la cabeza para esconderlas. Greg me seguía mirando confuso y perdido, mientras yo no podía evitar sentirme como me sentía. Tenía miedo, mucho miedo.
-¡Déjame!-grité apartándole y corriendo hacia mi habitación.
Ya allí cerré la puerta de un portazo y corrí el pestillo. Me acurruqué junto a ella, y escondiendo la cara entre los brazos comencé a llorar en silencio. Oí los pasos de Greg en el pasillo y como se paraba en la puerta, donde dio varios golpes.
-Ronnie, Ronnie-exclamó, pero la puerta continuó cerrada, y yo al otro lado, sin ninguna intención de abrir.
-Déjala-la voz infantil de Susana le llegó a Greg, que se giró para mirarla- Ronnie no tiene la culpa. Le tiene fobia a la sociedad.
Las palabras de mi hermana pequeña se me clavaron como estacas en el corazón. Me encogí en el suelo y observé como las lágrimas lo mojaban. Un nuevo miedo surgió en mí. Que mi padre volviera a hacerlo de nuevo. Que me llevara a aquél lugar donde las paredes eran tan blancas como la nieve, donde se olía ese enfermizo olor a clínica y médicos y la gente te sonreía como si no supieras que seguramente estabas loca y nunca ibas a dejar de estarlo. Yo era una persona tranquila. Pero sólo pensar en ello desataba las velocidades de mi corazón. Ese olor a limón. Esa mujer sonriente tendiéndote un caramelo como si tuvieras tres años. Aunque claro, hacía tiempo ya de la última sesión.

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-Ronnie abre la puerta.
No hubo respuesta.
-Ronnie.
La puerta hizo un ruido extraño y se abrió. Roberto empujó la puerta. No esperó para verme. Me cogió por la cintura como si fuera una muñeca y me puso en su hombro donde empecé a patalear. Me llevó a la cocina.
-¡Suéltame!-chillé- ¡Suéltame ahora mismo!
-¿Te vas a tranquilizar?-me preguntó.
-¡Suéltame!-grité.
. Greg se quedó observando desde una esquina con una mueca de tristeza. Mi padre me soltó en una silla y me tendió un bote de pastillas. Yo las miré un instante sin reaccionar, hasta que averigüé de que se trataban de esas drogas asquerosas que me recetaba el médico para tranquilizarme. Le di un manotazo al bote y me encogí para no ver nada, tapándome la cara.
-Tómatela, Ronnie-me ordenó mi padre recogiendo el bote y sacando una pastilla.
Negué con la cabeza y continué tragándome las lágrimas.
-¡Susana!-llamó mi padre a mi hermana- ven.
Susy apareció detrás de Greg mirándome asustada. Pero su rostro cambió, como enterneciéndose. Vio los churretes debajo de mis ojos y en mis mejillas y se  me acercó lentamente. Mi padre le dio la pastilla y ella me la tendió a mí. Yo miré su pequeña mano, y la redonda y blanca pastilla destacando en el centro. La cogí y me la metí en la boca. Tenía un sabor asqueroso,  pero de repente lo vi todo con más claridad. Seguí mirando al suelo, en el mismo punto.
-¿Ronnie?-me preguntó mi padre.
-¿Sí?
-¿Estás bien?
-Claro-murmuré con tranquilidad.
Mi padre me miró un instante.
-¿Seguro?
Sentí las miradas de todos en mí, incluidos Greg y Casandra. Yo levanté los hombros como si no hubiera pasado nada.
-Me voy a leer un rato.
Salí de la cocina y me volví a encerrar en mi cuarto. Cogí un libro y comencé a leerlo. Las lágrimas mojaron lentamente las páginas. Y en mi mente me atormentaba, una promesa que nunca llegaría a cumplirse, una canción lenta que me desgarraba por dentro. Big Girls Don’t Cry.

jueves, 21 de julio de 2011

Capítulo 6

CAPÍTULO 6

Cuando llegué a clase, el grupo de las chicas de mi clase estaba rodeando el pupitre de Irene que lloraba sin consuelo.
-Idiota…-gemía entre dientes.
-No la hagas caso, él se lo pierde.-le decía una.
-Eso. Un bombón como tú… los chicos se caen a tus pies. ¿Para qué quieres a ése?
-Yo lo quiero a él…
No pude evitar reírme interiormente con maldad. En el fondo no me daba ninguna pena. Muy, muy en el fondo, casi me sentía agradecida de que Alonso hubiera sentado la cabeza. O eso quería creer. Por lo menos tenía a uno menos en la lista negra. Ya sólo quedaba Irene allí.
Observé como Alonso entrada resuelto en clase, como tal cosa. Se le veía feliz y a la vez desprendía un halo de tristeza. Cuando miró a Irene, ésta giró la cabeza indignada, mientras se tragaba las lágrimas. Pasó a mi lado y me sonrió. Irene observó confusa y en silencio.
-Hola, Ronnie. ¿Qué tal?-me preguntó amistosamente.
-Bien-dije algo extrañada.- será mejor que te sientes, va a empezar la clase.
Él asintió e hizo un gesto poniendo la mano en su cabeza y moviéndola, como diciendo “a sus órdenes capitán”. Irene lo miró desde mi sitio hasta su pupitre y luego me señaló con ojos amenazante. A continuación escondió la cara y volvió a ponerse a llorar. Alonso se giró en su asiento y me sonrió. No pude evitar responderle. Me estaba dando las gracias.
Me sentía algo extraña. Jamás pensé que podría a llegar a compartir un saludo si quiera con Alonso. Pero a pesar de todo, sentía algo de felicidad. Me acaricié la barbilla confusa. Desde que Greg y Casandra entraron en mi vida, las cosas  habían cambiado drásticamente. Había conocido a la extravagante Julia, la novia de Greg, casi me había amistado con el enemigo (Alonso) sólo faltaba que Irene se volviera loca e ingresara en un psiquiátrico. Pasé las clases pensando en chistes internos que sólo se me ocurrían a mí, y que claro, solo compartiría conmigo misma.
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-Tú- Irene me empujó contra una pared y yo traté de incorporarme dolorida.- ¿cómo es posible que una zorra como tú me haya quitado a mi Alonso? Una zorra hortera y fea como tú.
No respondí. Me limité a limpiarme la sangre me había salido de la boca después de que una de sus perritas me abofeteara. Ese sabor desagradable que tenía me hacía dar arcadas y me recordaba que hace nada las había tenido por un motivo bastante diferente.
-Aunque te cueste creerlo-empecé- yo no te he quitado a tu Alonso.
-¿Y qué hay de esa complicidad de esta mañana?-chilló con voz de rata- antes ni si quiera te miraba. Él mismo me confesó que no os llevabais demasiado bien. ¿Y hoy de repente de saluda y te sonríe? ¿De qué guindo te crees que me he caído?
-¿Y a mí me lo preguntas?
Paf. Otra bofetada. Tenía la mejilla encendida, pero seguía mirando hacia delante, seria y fuerte. Y eso las asustaba.gur
-¿Entonces quién ha sido la zorra?
-¿Por qué no se lo preguntas a él?-respondí preguntando.
Irene me cogió de la camiseta y me levantó con la poca fuerza de sus delgaduchos brazos y con la débil estabilidad de sus enclenques piernas, moldeadas con la intención de una figura perfecta.
-Mira niñata, o me lo sueltas ya, o te dejo moribunda…
-¿Qué demonios hacéis? ¿Qué queréis, que os parta la cara?
Levanté la vista y la desvié avergonzada. Alonso avanzó y apartó a su ex novia de un empujón. Después me sujetó entre sus brazos y me miró mientras se mordía el labio.
-Como nos larguéis ahora mismo yo sí que os voy a dejar moribundas-las amenazó- y a ti, Irene, no quiero volver a ver tu asquerosa cara. Rompimos. Se acabó. No importa quién fuera la otra. Ronnie no es. Pero no me importaría que lo fuera que lo sepas. Por lo menos es mejor persona que tú.
Irene se tapó la cara y comenzó a llorar. Sus amigas tiraron de ella y se fueron de allí. Sonreí. Unas pocas palabras de su boca podían hacerla correr despavoridas. Y unas mías para ganarme tortas. Escupí un poco de sangre mientras tosía.
-¿Estás bien?-me preguntó preocupado.
-Más o menos.-dije con un deje de amargura.
-Lo siento de veras. No era mi intención que pasara esto.-dijo rascándose la cabeza.- si quieres te llevo a  mi casa y te curo…
-No te preocupes-dije- no quiero que tengas problemas con tus padres o con tu novia. Mejor me voy a casa y me curo allí. Creo que hoy no están mis padres.
-Bueno… lo siento de nuevo.-murmuró.
Me limpié el polvo de las rodillas y me iba a girar, cuando él habló de nuevo. Le miré durante unos minutos.
-¿Amigos?-me preguntó.
El viento que apareció en ese instante me hizo sentir como en la escena final de una película en la que la decisión de la protagonista define si la película fue bonita o una vulgar imitación de una realidad incierta.
-Amigos.

martes, 19 de julio de 2011

Capítulo 5

Me desperté en una cama de sábanas blancas y algo ásperas. Su tacto me molestaba, pero más lo hacía algo que tenía en el brazo. Con los ojos cerrados intenté quitármelo.
-No lo hagas.
La voz que oí me resultó vagamente familiar. Evidentemente, no la hice caso.
-Estate quieta, Ronnie.
Intenté rebelarme, pero pronto noté dos manos que me retenían y me mantenían encima de la cama por las muñecas. Abrí los ojos con irritación y me encontré sorprendida, con la cara de Greg mirándome enfadado.
-Vale-dije- ¿qué haces tú aquí? ¿Dónde estoy?
-En el hospital-bufó soltándome- gastroenteritis.
-¿Gastro qué?
-Gastroenteritis. Es una enfermedad.
-¿Es mortal?
-No.
-Ah, vale, entonces ya me quedo tranquila…
-Si no te hubieran tratado antes sí lo habría sido-me dijo él con enojo.
No dije nada más, y me limité a mirar al techo, pensativa. Sólo llevaba un camisón azul claro bajo las sábanas y me sentía algo incómoda. Retorcí los dedos y le miré. Por un momento sentí la necesidad de abrir y cerrar los ojos para comprobar si era en realidad cierta esa cara que me estaba poniendo. Me miraba con un gesto extraño, como si estuviera recordando algo que no quisiese recordar.
-¿Qué le pasó a tu madre?-me preguntó de repente levantando la vista.
Giré la cabeza y entrecerré los ojos con una mezcla de tristeza y rencor.
-Nos abandonó.-resumí en pocas palabras.
Observé como un rayo de arrepentimiento y dolor cruzaba su rostro. Entrelazó las manos mientras soltaba el aire de sus pulmones. Presentí que iba a contarme algo doloroso y me encogí.
-Mi padre murió de un problema intestinal.-murmuró.
Por un momento sentí que ya no tenía ante mí aquél chico burlón, frío y pervertido, sino a un chico triste, sensible y comprensivo. Alargué el brazo a pesar de los cables y cogí su mano. Él alzó la vista, sorprendido, pero sonrió y me la apretó. Pero esta vez no fue una sonrisa burlona de ésas que tan poco me gustaban, si no una sincera, triste y muy, muy hermosa.
-Creo que aprenderé a quererte-dije sin pensar.
-Ten cuidado-susurró- no me vayas a querer de más.
-No creo que eso pase-exclamé reconociendo en su voz al Greg de siempre.
Me apretó la mano y me la acarició con el pulgar. Ahora estaba segura de que no estaba obligado a estar conmigo. Compartíamos el secreto de los dos.


Varios días después me dieron el alta en el hospital. Nadie en el instituto me echó de menos. Ni yo a ellos, claro. Cuando llegué a clase volví a las indirectas con la petarda de turno y a las miraditas con el petardo número 2. Pero ese día pasó algo que no estaba planeado.
El día transcurrió normal, algo lento como siempre, y monótono. Asquerosamente monótono. Me había quedado sin libros que leer y tenía que ir a la biblioteca a devolverlos, al salir de clase. Iba caminando por la calle paralela, cuando no pude evitar pararme en un callejón. Me quedé completamente en shock. Alonso (el idiota petardo número 2) estaba allí, besando a una chica pelirroja, de pelo muy, muy largo y bastante mayor que él. Casi me atrevería a decir que podría haber tenido unos pocos años menos que Casandra. Me quedé un rato observando atontada, como si no creyera lo que me mostraban mis propios ojos. La mujer estaba apoyada en la pared y el chico la besaba apasionadamente. Decidí salir corriendo lo más lejos que pudiera, pero entonces noté la mirada de Alonso en mí. Me hice la tonta y salí huyendo a paso rápido.
Sabía que vendría tras mí. Esto no iba a quedar así. Me perseguiría y luego se haría cargo de que no soltara una palabra para perjudicar su relación con Irene. Lo que él no sabía era que yo no era una toca pelotas como su novia. Que a mí lo que hiciera o dejara de hacer me daba igual. Pero claro. Él no lo sabía.
-Ronnie.
Cogió mi muñeca con fuerza y me hizo girar para verle. Le miré con gesto inexpresivo, como si no entendiera que quería.
-Ronnie, no digas nada, por favor.
Había llegado a pensar, en apenas diez segundos que me acorralaría y me amenazaría. Pero sólo parecía un perro asustado. Como si… como si hubiera cambiado.
-¿De qué?
-No te hagas la tonta-dijo mirando hacia los lados nervioso- sé que nos has visto.
-Ya-admití.- estabas engañando Irene.
Mis palabras parecieron reconcomerle, y de cierta forma sonaron crueles, pero era la verdad.
-Por favor-me pidió.
-No voy a hacerlo-dije- no me llevo bien con Irene. Además, no me creería. Y no es de mi incumbencia-añadí.
Me miró un instante y yo mantuve mi semblante serio. Entonces, sin que pudiera evitarlo me abrazó con fuerza. Me quedé tan atónita que ni me revolví para deshacerme de él. Se separó de mí y me miró agradecido.
-¿Quieres pasear un rato?
Asentí aunque no me apetecía nada. Caminamos un rato sin mediar palabra, sumergidos en el silencio de nuestros propios pensamientos. Solo se oían los murmullos y los ruidos de la ciudad a nuestro alrededor.
-La conocí en la clínica de mi padre-dijo de repente- a pesar de que parezca mayor sólo tiene siete años más que yo.
Mi yo interior pensó una frase irónica pero se la calló para no salir perjudicada.
-¿Y te enamoraste de ella?-pregunté.
Aunque la cosa no me interesaba nada, todo era tan real que se me asemejaba a una novela romántica; y eso, sí me interesaba.
-Sí-afirmó él- comenzamos a hablar. Luego nos encontrábamos en la calle. Luego en su casa.
Intenté no enrojecerme pero no pude evitarlo.
-No quiero hacer daño a Irene. Estoy esperando el momento adecuado para decírselo-me dijo él rascándose la cabeza.
-En el momento que sea le harás daño. Aunque depende de en qué momento le harás más o menos. Será mejor que se lo digas cuanto antes y así no sufrirá por el tiempo que has estado con las dos sin decírselo.
Me observó sorprendido, pero yo fijé la vista hacia delante fingiendo de no darme cuenta.
-Eres diferente de lo que pensaba-murmuró de repente- eres muy buena consejera.
Me encogí de hombros.
-Tú también. No eres como antes-le dije- como cuando intentaste besarme por un examen.
-Fue una estupidez- dijo rápidamente- pero gracias a ella cambié. Me mostró un mundo donde no todo era oscuro.
“Me pregunto… si alguien será capaz de mostrarme un mundo como ése que describes”, pensé sintiéndome mal de pronto. Di un pequeño suspiro.
-Yo… lo siento por aquello-dijo sorprendiéndome de nuevo- no debí haberlo hecho.
-Es lo mismo. Ya hace mucho tiempo que pasó-murmuré.
-Podríamos ser amigos-dijo de repente parándose delante de mí.- ¿qué te parece? ¿Quieres?
Le miré un instante con tristeza. Puede que hubiera cambiado y ahora fuera un gran chico, pero no me podía fiar de las apariencias. Al fin y al cabo lo acababa de pillar engañando a su novia. Podría haberlo hecho para ganarse fácilmente mi confianza. Sonreí débilmente.
-Quizá otro día-dije.
Él me miró un instante pensativo, pero asintió. Entonces oí aquella voz burlona.
-Ronnie, ¿vienes a casa?
Me giré. Greg estaba detrás de mí, con la mochila colgando de un hombro, (y cómo no) sonriendo. Llevaba una camisa de cuadros y unos vaqueros con un tono algo informal. Me giré de nuevo.
-Me voy, Alonso.-cogí aire-suerte.
-Adiós.-susurró él.
Me di la vuelta con un gesto con la mano y continué caminando al lado de Greg. Éste había empezado a mirarme de reojo, esperando a abriera la boca. Pero no tuvo tanta suerte. Ya ni si quiera oía el ruido del exterior. Sólo el profundo eco de nuestros pasos.
-¿Ese era tu novio?-preguntó como si hubiera estado animándose a sí mismo a formular esa pregunta repetidas veces.
-Para nada-dije secamente.- sólo un amigo. Un amigo en duda.

domingo, 17 de julio de 2011

Capítulo 4

Fui arrastrando los pies hacia la mesa, donde me senté, entre Susy y Greg. Había pasta para comer. Al parecer el día no iba a ser tan malo como el anterior. Sin embargo sentí algo de asco al observar la comida.
-Tengo pensado que vayamos al pueblo-comentó mi padre metiéndose unos cuantos macarrones con tomate en la boca.
-Ah. Qué ilusión-murmuré pinchando yo unos, con todo menos alegría.
-¿Qué pueblo es?-preguntó Greg alzando las cejas.
-Valdecañas-exclamó Susy  mientras comía.
Yo tenía el estómago tan revuelto que no pensaba ni si quiera en comer. Empecé a pasear los macarrones de un lado del plato a otro con cierto repelús.
-Quiero ver  pronto a Raúl-dijo la niña- hace mucho tempo que no lo vemos.
-Tiempo-la corregí.
-¿Y quién es Raúl?-preguntó Greg haciéndose el desinteresado.
-El novio de Ronnie-dijo Susana con algo de picardía.
-Eso no es verdad-dije molesta.
-Ya…
Entrecerré los ojos. Hace apenas unos segundos estaba dormida a mi lado y ahora, estaba dando por saco en la comida.
-Pobrecito-se le escapó a Greg.
-¿Cómo que pobrecito?-exclamé con ceño fruncido.
Él me guiñó un ojo y empezó a comer a toda rapidez para no tener que responder. Me erguí enojada e intenté que no me afectasen sus palabras, que sólo pretendían chincharme. Pero no pude evitarlo; me metí doce macarrones de golpe en la mesa, y los tragué a duras penas. Estuve a punto de morirme, pero lo peor vino después. Casandra y mi padre seguían hablando, entretenidos, cuando sentí que el estómago me giraba como una noria sin frenos. Tuve unas arcadas, y salí pitando para no vomitar encima de la mesa. Tuve la buena suerte de llegar a tiempo al váter, donde descargué los doce macarrones que tanto me había costado tragar. Y todo, convertido en vómito. Qué bien. Me tambaleé un poco y luego me desplomé en el suelo. Me agarré a la encimera del baño y me volví a levantar. Me limpié todo lo que pude, antes de que los pasos que oía en el pasillo entraran en el baño. Pensé que sería mi padre, pero me sorprendí.
-¿Estás bien?-me preguntó mi madrastra.- sé que últimamente no comes mucho, y esto…
-No soy una anoréxica de esas-puntualicé antes de que me comentara sus disparatadas conclusiones.- me sentía mal y por eso he vomitado.
Ella me miró con tristeza ante mi mirada fría y distante.
-Yo… no intento sustituir a tu madre-me dijo suavemente y en tono muy bajo- yo sólo…
-Yo no pretendo que lo haga-dije mirando hacia el suelo- y me alegro de que sea así. Nunca he tenido a mi madre muy en estima. Es evidente que usted es mejor que ella.
Observé como ponía una cara de sorpresa y casi sonreí.
-Lo está haciendo bien-susurré para terminar mientras me limpiaba la cara con la toalla.
Ella asintió y la vi volver al salón. Yo arrugué la nariz ante el desagradable olor y llené el baño de colonia de fresas tras tirar de la cadena. Cuando entré al salón mi padre y mi hermana se giraron para verme. Creo que se sintieron aliviados al no verme dividida en cachos o algo por el estilo.
-No voy a comer-anuncié-me siento mal.
No pude evitar posar mi mirada sobre Greg que ni si quiera se había girado. Por algún motivo, sentí algo de furia, por esa falta completa de… humanidad. Pero como todas las cosas, lo dejé pasar. Me fui a mi cuarto y me tumbé un rato sin quitarme el Greg frío y pasota de la cabeza. Decidí pensar en otra cosa para no sentirme tan indignada. Mientras recreaba la continuación de mi libro, fui cerrando los ojos hasta quedarme completamente dormida. Sólo logró despertarme de mi sueño, la escandalosa llegada de Susana al cuarto, pero ni por esas, despegué los párpados.
-Despierta dormilona-me dijo la voz grave de Greg entrando también en mi cuarto.
 Mierda. Se me revolvió de nuevo el estómago al escucharle. Ni si quiera respondí. Vaya idiota. Cada día lo soportaba menos. Y eso que llevábamos dos días escasos como hermanos. Solo respingué un poco cuando se sentó a mi lado y me hizo botar en la cama. Me sorprendí cuando me pasó una mano por la cintura y abrí los ojos.
-¿Estás bien?-me preguntó.
-Ya estoy mejor-dije mirándole extraña.
“Este tío está tramando algo…”, pensé.
-Me alegro.
-Ya.
Nos quedamos en silencio y comenzamos a observar como Susana sacaba una muñeca del baúl de madera de los juguetes y empezaba a jugar con ella.
-¿Este es el libro que estás leyendo?-preguntó mientras cogía el libro que tenía sobre la mesilla con un marca páginas azul más o menos a la mitad.
-Sí-murmuré.
-Te gusta leer.-dijo medio afirmando medio preguntando.
-Sí-respondí.
Se hizo de nuevo el silencio.
-Oye, en serio, no sé qué quieres, pero si quieres algo ve al grano.-dije molesta.
-Bueno, bueno-farfulló él- sólo quería conocer un poco más a mi hermanita pequeña.
-Sólo tengo dos años menos que tú-dije irritada- no me trates como una niña.
-Te picas como una niña-espetó él sonriendo.
-Te ha obligado ella, ¿no? Casandra-bufé ignorando su última frase.
No respondió. Bingo.  Entrelacé mis manos con un suspiro. ¿Por qué iba a hablar conmigo si  no era obligado? A estas alturas ya tendría que hacerme a la idea. Pero había algo que no alcanzaba a comprender… nunca me había importado que no me hablaran o que me ignoraran, ¿por qué me importaba tanto con Greg? Quizá porque nunca se me había escapado alguien de mi familia. Aunque tampoco es que ya considerara a “Gregorio” mi hermano.
-No te aguanto-sentencié.
-Pues vas a tener que hacerlo los próximos años-dijo él sonriente.
-Preferiría que te fueras de casa a los dieciocho como la gente normal-murmuré entre dientes.
-Claro. Estudiaré medicina, me casaré con Julia y tendré seis hijos.
-Me pregunto si Julia está de acuerdo con eso…
-Por supuesto-dijo- el otro día le propuse matrimonio.
Le miré un instante, preguntándome si era verdad o mentira, pero su sonrisa bobalicona me valió para saber que estaba mintiendo como una rata.
-Ya. Y la has dejado embarazada.
La mirada que me puso me hizo desear no haber pronunciado aquellas palabras. Me levanté de la cama y me giré para fulminarle un poco. En mi mente era un montoncito de polvo, y la simple idea me hizo sonreír.
-¿Sabes? Por mucho…
No pude terminar la frase. Empecé a ver borroso y las piernas me cedieron. Casi ni sentí como caía al suelo, porque los brazos de Greg me sujetaron a tiempo. Por  un momento pensé que me había muerto y que esas extrañas nubes eran el camino al cielo.
-Pero, ¿qué te pasa?-exclamó como si yo tuviera la culpa.
-Es que quizá lleve tiempo sin comer…-susurré con la mente llena de nubecitas rosas que me impedían pensar con claridad en lo que estaba diciendo.
-¿Cómo qué tiempo? ¿Cuánto?
Le miré. Parecía un perrito caliente deformado. La idea me hizo desviarme del tema y volver a fijarme en las nubecitas.
-Mira, hay una escalera de caracol-dije abobada.
-¡Ronnie!
-Un día y medio-mentí.
-¿Y por qué demonios no comes?
-Si lo voy a vomitar ¿para qué voy a comer?
-Joder, eres un caso-maldijo enfadado.
Noté como el estómago de me contraía y sentí sus brazos apretándome y levantándome hacia la cama.
-No te muevas, se lo voy a decir a Roberto.-murmuró.
-No…no se lo digas a mi padre…-dije.
-Oh, claro que sí-exclamó con esa sonrisa que tanto odiaba.
Me puse las manos en la cara y bufé. Quise levantarme, pero el mundo parecía estar en contra de eso, porque se movía de más. Por un momento sentí como si estuviera dentro de una gran pelota que no paraba de botar. Cerré los ojos con cansancio y deseé que ese horrible malestar que me recorría de pies a cabeza terminase. Y por una vez en la vida, Dios escuchó mis súplicas.