viernes, 18 de marzo de 2011

15. El juego de la verdad

Me sentía asquerosamente sola. Podía ver en el autobús como Abril no dejaba de reírse, varios asientos atrás al lado de Ismael. Pero no sentía odio hacia ella… estaba demasiado confusa. ¿Qué había sucedido? ¿Y ese chico por el que se había pillado en la pandilla de su primo? ¿Por qué Ismael? ¿Es que acaso estaba jugando con sus sentimientos? ¿Realmente estaba Abril por él? ¿Había decidido que yo era tan tonta que no me lo merecía? ¿La había ofendido con mi forma de pensar? Eran tantas las preguntas arremolinadas en mi cabeza… hundí la cara entre mis brazos y apoyé la barbilla encima de mis piernas. Esto era horrible. Lo peor es que no estaba Sam para hacer de media entre la dos. Por un momento la eché de menos. A ella, y a la Abril simpática  y agradable que no era ni mi enemiga ni mi rival.
Para colmo tenía al lado a Natalia, una chica de pelo corto, castaño, y unas grandes gafas. Era muy delgada y pequeña, de la misma altura que Abril. Ella era muy seria y reservada; al principio pensé que era algo tímida, pero la chica no se cortaba ni un pelo a la hora de hablar. Tenía bastante genio. Pero era inteligente, eso era indudable. Tenía siempre buenas respuestas bajo la manga, y cuando alguien se metía con ella siempre se iba confuso, intentando darle sentido a sus palabras. En el fondo, al admiraba y la envidiaba. Se tomaba el tenis muy en serio, y analizaba el juego desde un punto teórico, evaluando cada movimiento. La observé. Estaba leyendo atentamente un libro. Miré de reojo el título. La aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle.
-¿Qué miras?-preguntó de repente haciéndome dar un sobresalto.
-Nada, es que ese libro parece interesante.-improvisé.
La chica cruzó una mirada con la mía casi amenazante, y finalmente, sonrió. Por un momento me sentí bien a su lado, como si aquella sonrisa hubiera derretido una especie de muralla de hielo entre los dos asientos.
-Es un hombre inteligente.-murmuró.
Yo sonreí.
-He oído hablar mucho de él, pero nunca me he leído un libro de Conan Doyle. ¿De qué van?
-Te sorprenderías-me dijo- es sencillamente…sorprendente. Te deja sin palabras.
Entablamos una conversación sobre libros, y estuve todo el viaje agradeciendo a Dios que hubiera leído tantos libros. Si no, posiblemente habría acabado todo el viaje aburrida con aquella ratona de biblioteca. Aunque en el fondo, yo también lo era. A medio camino, se me ocurrió mirar por el agujero entre el asiento y las cortinas para ver a Ismael. Estaba sentado en un asiento, mirando por la ventana muy serio, y con la mirada perdida.
Me dieron ganas de levantarme y darle un abrazo. Desde luego, había algo que no podía negar. Estaba enamorada de él hasta las cejas.  Le quería. Pero había algo que me impedía mostrar mis sentimientos. Un bache que no me dejaba avanzar.  Los últimos minutos del viaje los pasé mirando por la ventaba el reflejo de su cara, sin darme cuenta de la mirada inquisitiva de Natalia.

Al fin llegamos. El autobús se paró en un campamento. Con un bostezo y algo de pereza bajé por las escaleras de color metal. Cuando mis pies tocaron suelo sentí realmente el desafío que suponía aquella insignificante excursión. La brisa me golpeó como se me hubieran dado un raquetazo y cerré los puños con fortaleza. Algo que nunca podía permitir era sentirme derrotada. No podía destruir tan fácilmente ni torre defensiva, mi muro de piedra, mi muralla. Tenía que levantarla un poquito más cada día, para ser capaz de poder mirar más lejos cada vez. Porque pensaba hacer realidad el dicho que nunca había creído; del que siempre había desconfiado. Esa vieja y desfasada frase… “el tiempo cura todas las heridas”
-Pareces idiota.
Bajé de las nubes un instante. Natalia me estaba mirando con cara seria. Bajé un poco los ojos. Ahora que me daba cuenta, era algo más bajita que yo. También estaba algo menos plana que yo. Suspiré. Qué mala es la envidia.
-Sigues pareciéndolo.
-Ya-dije cansinamente.
-Hay que ver-murmuró ella esbozando una media sonrisa casi amenazante-la gente se vuelve tonta con ese tipo de cosas…
La miré de nuevo sorprendida. Ella transformó su sonrisa en una mueca y continuó caminando. “Con ese tipo de cosas…” Iba a quedarme reflexionando sobre ello, pero la entrenadora acabó llamándome la atención y seguí a los demás como una oveja perdida de su rebaño. La oveja negra.


-Carla estás en Babia-murmuró María tirándome un saco de dormir a la cara.
-¿En serio?-pregunté con una sonrisa fingida.
-Carla, vuelve a la tierra…-murmuró Marta saltando sobre el colchón de la cama.
-¿Pero Babia no está en la tierra?
-Babia no existe, tonta.
-¡Sí que existe! Erabia, o algo así…
-¡Eso es Arabia pedazo de ignorante!
Sonrió, esta vez sin fingir. Me ha tocado en un grupo de chicas con María, Marta, Miranda y Natalia. Ya os habréis fijado. Las tres M. Si nunca he hablado de ellas es porque podría dedicarle horas y aún no contaría del todo todas sus locuras y facetas.
Un resumen rápido. María; cuando suspende se ríe y cuando aprueba llora. Cree que el mundo es plano y que el barro es chocolate agrio. Miranda; es lista, inteligente… se pasa la vida corrigiendo a María. Se sabe más dichos que mi abuela y se pasa las clases de tenis calculando la velocidad y el tiempo de los raquetazos de sus rivales. Su excusa… “recolecto datos”. Marta; sus chistes son malísimos, pero la manera que tiene de contarlos la hacen la más chistosa del grupo. La han expulsado del instituto varias veces por contestar de forma chistosa las preguntas de los exámenes…
Tienen su grupito formado. En el fondo me dan envidia. Tienen un año menos que yo y una amistad férrea. No podía evitar pensar en Abril continuamente.  
Bufé.
-Venga, anima esa cara-me dijo Miranda- estás muy seria. ¿No será por Isma? Me han contado que tenéis una especie de romance extraño…
Ala. Hachazo.
-Jaja, ¿Yo? ¿Con ése? Ni de coña-respondí sonriendo y riéndome.- rumores…
-Me alegro de que sea así-murmuró Miranda- porque el chico está buenísimo, si está libre, pues mejor…
Sonreí y me giré rápidamente para que no vieran mi cara indignada, furiosa y de mentirosa… de una estúpida mentirosa. Me tapé la cara con las manos fingiendo que me frotaba los ojos. Absorta en mi tarea como estaba no me di cuenta de cómo Natalia entraba en la conversación y reía animadamente con las otras.
-¿Por qué no jugamos al juego de la verdad?-peguntó de repente.
Dejé de frotarme los ojos y puse la oreja atendiendo.
-¡Venga!-exclamó Marta-llamemos a los demás y juguemos un rato sentados en las esterillas.
Me mordí el labio. Sin duda, me parecía una mala idea. Quizá era mejor mantenerme apartada…sí, mejor. Las tres M se fueron a llamar a los demás, y me quedé sola con Natalia. Ella me miró  y yo intenté prestarle atención al paisaje tras la ventana.
-Qué mal mientes-comentó.
La miré un instante seria, y observé cómo se alejaba fuera de la habitación. Cuando desapareció de mi vista. Me reí, y esta vez con ganas. Natalia era una persona interesante. Miré al vacío absorta. Si jugaba a ese juego de la verdad…  iba a caer como una mosca. Porque estaba jodida. Realmente jodida. Una mentira inocultable.

domingo, 6 de marzo de 2011

14. Rivales, ¿no?

Como una idiota, como una estúpida. Así me había comportado y así era. Quería tirarme por la ventana y caer en los rosales, dejarme marcas en la cara de las espinas, y mirarme todo los días en el espejo para recordarme lo idiota y estúpida que era. Podía verme reflejaba en el espejo de mi habitación. Una niñata tonta, con la cara roja como un tomate. Me hundí en el edredón de mi cama, y enterré la cara en él. “Mañana será un nuevo día”, me dije convencida. Miré de reojo mi estantería, y me entretuve leyendo los títulos de mis libros. “Rosas”, “Una lúgubre estación”, “Esclava de tu amor”, “Libertad entre rejas”, “Romeo y Julieta”…
Me fui hacia el reproductor de música que tenía apretado entre los libros de la estantería y lo encendí. Dejando que la música inundara mis oídos y limpiara mis pensamientos.

Me desperté a la mañana siguiente, como si no hubieran pasado las horas, y me miré inmediatamente en el espejo. Intenté sonreír, pero me salió una mueca torcida. Empecé a apartarme el pelo de la cara, y me miré de nuevo, poniendo una pose extravagante. Ni por ésas. Me levanté de la cama y me fui al baño a limpiarme la cara.
Abrí la ventana  con cierta dificultad, y saqué la cabeza al exterior. Dejé que la brisa me acariciara, pero en seguida me metí y cerré la ventana. Era una mañana fresca, y se notaba ya que estaba viniendo el frío. Me froté las manos y abrí el armario. Saqué unos vaqueros, unas deportivas y una sudadera, y ya vestida, bajé a desayunar. Mi madre estaba haciendo tostadas. Suspiré de alivio. Mi profe no se había vuelto a quedar en la mía casa. No era partidaria de que rompieran, o algo parecido, pero me incomodaba ir con cuidado por toda la casa con temor a molestarles.
-¿Qué te pasó ayer?-me preguntó mi madre sentándose en una silla a mi lado, fingiendo que no le importaba en absoluto mi respuesta, y que preguntaba por preguntar.
-Me enfadé con alguien-admití omitiendo detalles y con discreción.
-¿Con Abril?-preguntó.
-Con un compañero de clase.-dije interrumpiendo maldiciendo en mis pensamientos.
Me serví un vaso de zumo, y sin pensar, metí una cuchara dentro. Mi madre observó con astucia mi gesto y añadió:
-¿Vas a echar galletas dentro del zumo?
-¿Por qué no?-pregunté con picardía mientras me comía rápidamente una tostada- ¿Nunca lo has probado? Lo último en desayunos, mamá, estás muy anticuada.
-Bueno, pues ese compañero de clase te hizo llorar…-comentó mi madre mirándome de reojo.
Había ignorado por completo mi evasiva. Era muy difícil desviar a mi madre de un tema, sobre todo si “ese tema en particular”, le interesaba a ella.
-Tú sabes que a veces del enfado lloro-mentí con descaro- ya sabes, la impotencia… la gente es muy fresca…
Me bebí el zumo de un trago y me levanté estrepitosamente para evitar más preguntas. Dejé a mi madre desayunando, con el ceño fruncido. Era obvio que mi madre no se tragaba las bolas, y menos las mías. Pero qué le íbamos a hacer. Estaba empezando a ejercer en el oficio, no se me podía exigir mucho…

Caminé por la calle con algo de miedo, pero tuve la suerte de no encontrarme con él. No habría sido capaz de actuar con coherencia delante de él. No habría sabido… reaccionar.  Aunque, tendría que afrontarlo en clase. Y lo peor… Abril. El otro día no había venido al tenis, pero en seguida notaría que la había cagado. Por suerte, la estuve esquivando todo el tiempo y ella ni se coscó; estuve todo el tiempo pensando en el examen de literatura del que no tenía ni puñetera idea. O eso me quería hacer creer. Ni idea. Lo interesante vino a la tarde, cuando ya estaba totalmente despejada y pudo atacarme con libertad…
-Bueno, ¿qué tal con tu novio?-me preguntó desperezándose mientras íbamos andando al tenis.
-Uy, bien-mentí- el otro día… discutimos.-acabé admitiendo.
-Discutiendo…-comentó tranquila. -¿QUÉ?
La miré con una sonrisita de oreja a oreja nerviosa, ignorando el hecho de que me miraba como si yo fuera idiota y fuera a estrangularme allí mismo.
-Verás, esto del amor no es lo mío.-dije mirando hacia el suelo y caminando más rápido.
-Boba-me espetó ella- ¿tú le quieres?
No respondí.
-Estoy confundida, tía.-dije rascándome la cabeza-no sé que hacer.
-Pues entonces…-dijo riéndose- me lo quedo yo.
Me guiñó un ojo y sonriente echó a correr cuesta abajo. Me quedé paralizada mientras veía su pequeña figura alejarse. No me había dado cuenta de lo peligrosa que podía ser Abril cuando se lo proponía. Me abracé el pecho como si me hubieran arrancado un trozo del corazón. Me había quedado muda con sus palabras. Al momento imaginé a Abril besando los labios de Ismael, abrazándole, y casi me caigo al suelo de la impresión.
Me desperté soltándome un guantazo, y eché a correr hacia la ciudad deportiva. Ya allí, vi como Abril me miraba de reojo. La fulminé con la mirada. ¿Por qué me hacía esto? Vi como astutamente empezaba a cogerle del brazo mientras sonreía y hacía unas cuantas bromas. Pero él no parecía muy motivado y se limitaba a sonreír de pega. De algún modo, sentí alivio, pero por otro, me sentí algo mal por sentirlo. Él me había… dejado. O eso creía, ni idea. El caso es, que no tenía derecho a sentir celos después de eso. Entré en la pista, mirando su figura al lado de Abril. Él no me dirigió ni una sola mirada, pero vi como su ánimo mejoraba rápidamente. Miré con recelo como respondía con alegría las penosas bromas de mi amiga.
-Bueno chicos-exclamó la entrenadora entrando en la pista con varios carros llenos de pelotas y su raqueta en la espalda.-os traigo una sorpresa.
Alcé la vista con interés. Cualquier cosa que consiguiera sacarme de mi cárcel mental merecía mi atención.
-Se va a hacer un campamento de tenis próximamente, durará dos días. Está organizado por la ciudad deportiva, y vendrán chicos de las otras clases también. Es el próximo fin de semana.
-¡Qué guay!-exclamó Abril dando saltitos- ¿dónde será?
-En un pueblo de la comunidad, que tiene un campamento con pistas.-anunció la entrenadora con una sonrisa.- vendréis, ¿no?
Yo fijé mi vista en el suelo. En otras circunstancias me habría ilusionado. Pero en esos momentos… sólo tenía ganas de dar raquetazos… a alguien.
-Carla, vendrás, ¿no?-me preguntó la entrenadora.
Por un momento me sentí casi presionada. La miré un instante, y de repente, se me aceleró el corazón. Todos me estaban mirando. Él me estaba mirando.
-Claro-dije con una sonrisa falsa.-iré sin dudarlo.
La entrenadora dio una palmada y empezó la clase. Calentamos corriendo un poco, y vi algo molesta, como Abril no se separaba un palmo de Ismael.
-¡Qué guay!-gritó Abril con voz aguda.
Dio varios saltitos, y corriendo hacia a mí se abalanzó sobre mí dándome un abrazo. Me quedé algo desconcertada. Cada vez era más confuso y no sabías lo que te podías esperar de ella. Entonces me quedé helada. Justo cuando acercó su boca a mi oreja y dijo suavemente:
-Rivales, ¿no?
Me soltó y yo me quedé mirando a Ismael. Él sacó la raqueta de su funda y tras dirigirme una mirada inexpresiva pasó a mi lado sin decirme nada. Lo había oído.