domingo, 26 de septiembre de 2010

6. Enterrando sentimientos

-¿Qué haces, Selena?-me preguntó Violeta preocupada.
-Nada-dije mientras me tomaba las pastillas.
Me dejé caer en la cama que habían hecho para mí. Si Alicia le había preguntado a Violeta es porque ya todo el mundo sabía que estaba viviendo en su casa. Suspiré. En las próximas semanas iba a estar en boca de todos. Poco a poco fui tranquilizándome.
-¿Quieres que hablemos?-me preguntó ella sentándose a mi lado.
-Tranquila, es solo que estoy un poco agitada-dije sonriendo.
-Bueno, pues entonces hagamos algo.
-Tengo que llamar para saber los deberes-dije acordándome.
-No te preocupes, Miguel me los dio…-dijo tendiéndome una lista.
-Oh-la miré y una ráfaga de furia cruzó mi mirada-está bien.
Cogí el papel con gesto inexpresivo y empecé a leerlo. No había muchos. Cuando bajé abajo para coger la mochila, noté que Miguel me miraba desde el otro lado del pasillo. Estaba apoyado en las escaleras. Bufé. No quería saber nada de él. Ahora le odiaba. No podía entender cómo podía haber llegado a amar a alguien como él. Cogí la mochila con las dos manos y pasé al lado de él sin mirarle si quiera. Iba a continuar subiendo las escaleras con la barbilla bien alta, cuando en el tercer escalón di un ligero tropezón. Cuando pensé que iba a estrellarme contra el suelo, sus manos me agarraron y me salvaron de morir estrellada. Me sostuvo y yo permanecí inmóvil del susto. Fue entonces cuando me di cuenta de que me estaba mirando muy de cerca. No pude evitar sonrojarme hasta la nuca.
-¡Déjame!-le exigí librándome de sus brazos.
Cuando me soltó perdí el equilibrio y me caí en el suelo del pasillo de culo. Aunque, claro, habría sido pero caer de cabeza. Me tendió la mano pero yo, con la poca dignidad que me quedaba, me levanté por mi propia mano, y agarrada a la barandilla como una lapa subí las escaleras. El corazón me latía muy rápido, y por alguna razón no se sosegaba. ¿Había sido por el susto? No era de extrañar. Por suerte había permanecido tranquila, (o por lo menos no fuera de los límites) y no me había dado otro ataque. Cada día me molestaba más mi precaria salud. Era tan inestable…
Llegué a mi cuarto y empecé a hacer los deberes. Cuando terminé, bajé a la cocina. Dalia estaba cocinando. La miré con curiosidad. Yo nunca había visto a mis madre cocinar.
-Hola-saludé tímidamente.
-Hola, cariño-me saludó ella con calidez.
-¿Qué haces?-pregunté.
-Cocinar una ensalada de verduras.
-¿Una ensalada de verduras?-pregunté de nuevo.
-Sí. ¿Quieres ayudarme?
-¡Vale!-dije con ilusión. Nunca había hecho nada parecido.
Me tendió un cuchillo y empecé a cortar zanahoria. El olor a verdura me embriagaba. Lo corte muy fino y se lo enseñé a Dalia.
-Perfecto-dijo sonriendo-siempre quise tener una hija como tú, ¿Sabes?
-Ah-dije pensando en Violeta.
-Mi hija solo piensa en pintarse, pintarse y pintarse-suspiró-nunca ha querido cocinar conmigo. Ni limpiar. Se puso muy contenta cuando supo que venías. Ha sido una gran alegría para ella. Como su hermano no le hace caso…
Volvió a suspirar. Empecé a pelar un pepino con gesto inexpresivo y silencioso. ¿Una gran alegría para ella? Me puse a recordar cuando vine. Me había quitado prácticamente la maleta de las manos. Sonreí inconscientemente.
-¡Selena estás sangrando!
Miré asustada a Dalia, y luego a mis manos. Me había cortado en el dorso de la mano, y la tenía toda manchada de sangre. Me quedé en babea un instante, y luego solté el pepino en la encimera para no mancharle.
-No me había dado cuenta.-dije-Mierda.
-A ver, no es un corte profundo, pero necesita una venda para que no se infecte. Voy a llamar a Miguel.
¿Miguel? ¡No! ¿Por qué él? Di un puñetazo a la encimera sin que Dalia se diera cuenta. Estaba furiosa. Todo me salía mal. Eso, sin contar la caída en las escaleras; vamos, un espectáculo vergonzoso. Miguel apareció. Llevaba agua oxigenada y una venda.
-No es profunda.-observó mientras me vendaba la mano.
-Ump-bufé.
Él levantó la vista y me miró fijamente. ¿Por qué me miraba así? Sin reírse, pero como con gesto burlón.
-¿Te incomoda que te mire?-me preguntó.
-Imbécil-fue mi respuesta.
-Me voy.-dijo Dalia (aún presente)-tengo que ducharme.
Se fue subiendo las escaleras, y nos quedamos solos. Me sentía tan incómoda… él y yo nunca podríamos estar juntos, ahora lo sabía. Éramos muy diferentes.
-Ya-dije impacientemente e intentando apartar la mano.
-No, espera-dijo apretándome los nudillos para que dejara de moverme.
Puse una mueca de dolor. Que me estuviera tocando… me ponía tan nerviosa. Era un sentimiento extraño. Quería besarle… y matarle al mismo tiempo. Quería darle una patada en la espinilla y luego disculparme hasta la saciedad. Quería abrazarle con todas mis fuerzas… y ahogarle. Le quería pero le odiaba. Le odiaba pero le quería. Es un sentimiento que se opone a sí mismo, dos partes de mí diferentes. Y una acababa de aparecer, con mucha fuerza.
-¿Ya?-pregunté.
-No.-dijo agarrándome la mano.
-¡Pero ya me has curado! ¡Suéltame!-le exigí con rabia.
-Lo sé. Pero por favor, escúchame. No soy una mala persona.
-No. Me equivoqué. Eres un santo, ahora, ¿me sueltas?
-Nada de sarcasmos.
Noté que estaba cogiendo mi mano con suavidad, y me calmé un poco. Pero aún había furia dentro de mí.
-¿Qué quieres de mí? ¡Primero me dijiste que no me metiera en tu vida! ¡No lo estoy haciendo, por qué no me dejas en paz…!
-Perdóname, ¿Vale? Se me fue la mano.
No respondí. El corazón me iba a cien. Necesitaba mis pastillas.
-Te perdono.
-¿Dejarás de odiarme?
-No.-dije respirando con dificultad. Aunque me muriera allí mismo nunca dejaría de odiarle.
-¿Estás bien?
-No-dije-suéltame por favor.
Me soltó la mano. Me sentía muy cansada. No tenía donde apoyarme. La encimera… ¿dónde estaba? Busqué con los ojos medio cerrados, pero no encontré nada. De repente algo me sostuvo y me sentí mejor. Empecé a respirar bien. Miguel me estaba abrazando. Cuando conseguí librarme de mi malestar, me solté y subí las escaleras despacio sin mirar atrás. Sentí que estaba roja hasta la coronilla. Parecía que acababa de salir de una sauna. Entré en mi cuarto. Violeta estaba tumbada en la cama leyendo una revista. Cuando me vio entrar sonrió. Intenté responderle. Fingí muy bien, y cuando llegué a la cama me senté. Saqué una libreta, y empecé a escribir.
“No puedo creer lo que me has hecho. Yo te quería. Pero no sabía cómo eras en realidad. Eres cruel. Así eres. Y ya no te quiero. Te odio. Así, enterrando mis sentimientos de amor, olvido cualquier aprecio que te haya tenido, y empiezo a tener recuerdos de tu verdadera forma de ser. De cómo eres. Dejo impreso mi dolor aquí. Adiós, Miguel.”
-¿Para quién es?-exclamó una voz por encima de mi hombro-es una carta, ¿no?
-Sí-dije doblándola rápidamente.
-¿De amor?-preguntó curiosa Violeta.
-Sí-susurré.
-¿Te vas a declarar?
-No. Es una carta de una promesa.
-¿Una promesa? ¿A tu amor?
-Sí. De que no lo amaré más.-admití girándome hacia ella.
-¿Por qué? Eso es doloroso-observó ella.
-El amor es doloroso-dije sonriendo sin ganas.
-Pero no lo entiendo.
-Es porque… a veces las cosas son diferentes como las imaginas.

1 comentario:

  1. Creo ke Selena ha sido un poco dura con Miguel jeje Si fuera Selena (ojala pudiera vivir con el chico me gusta xD) le hubiera perdonado

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