Fui arrastrando los pies hacia la mesa, donde me senté, entre Susy y Greg. Había pasta para comer. Al parecer el día no iba a ser tan malo como el anterior. Sin embargo sentí algo de asco al observar la comida.
-Tengo pensado que vayamos al pueblo-comentó mi padre metiéndose unos cuantos macarrones con tomate en la boca.
-Ah. Qué ilusión-murmuré pinchando yo unos, con todo menos alegría.
-¿Qué pueblo es?-preguntó Greg alzando las cejas.
-Valdecañas-exclamó Susy mientras comía.
Yo tenía el estómago tan revuelto que no pensaba ni si quiera en comer. Empecé a pasear los macarrones de un lado del plato a otro con cierto repelús.
-Quiero ver pronto a Raúl-dijo la niña- hace mucho tempo que no lo vemos.
-Tiempo-la corregí.
-¿Y quién es Raúl?-preguntó Greg haciéndose el desinteresado.
-El novio de Ronnie-dijo Susana con algo de picardía.
-Eso no es verdad-dije molesta.
-Ya…
Entrecerré los ojos. Hace apenas unos segundos estaba dormida a mi lado y ahora, estaba dando por saco en la comida.
-Pobrecito-se le escapó a Greg.
-¿Cómo que pobrecito?-exclamé con ceño fruncido.
Él me guiñó un ojo y empezó a comer a toda rapidez para no tener que responder. Me erguí enojada e intenté que no me afectasen sus palabras, que sólo pretendían chincharme. Pero no pude evitarlo; me metí doce macarrones de golpe en la mesa, y los tragué a duras penas. Estuve a punto de morirme, pero lo peor vino después. Casandra y mi padre seguían hablando, entretenidos, cuando sentí que el estómago me giraba como una noria sin frenos. Tuve unas arcadas, y salí pitando para no vomitar encima de la mesa. Tuve la buena suerte de llegar a tiempo al váter, donde descargué los doce macarrones que tanto me había costado tragar. Y todo, convertido en vómito. Qué bien. Me tambaleé un poco y luego me desplomé en el suelo. Me agarré a la encimera del baño y me volví a levantar. Me limpié todo lo que pude, antes de que los pasos que oía en el pasillo entraran en el baño. Pensé que sería mi padre, pero me sorprendí.
-¿Estás bien?-me preguntó mi madrastra.- sé que últimamente no comes mucho, y esto…
-No soy una anoréxica de esas-puntualicé antes de que me comentara sus disparatadas conclusiones.- me sentía mal y por eso he vomitado.
Ella me miró con tristeza ante mi mirada fría y distante.
-Yo… no intento sustituir a tu madre-me dijo suavemente y en tono muy bajo- yo sólo…
-Yo no pretendo que lo haga-dije mirando hacia el suelo- y me alegro de que sea así. Nunca he tenido a mi madre muy en estima. Es evidente que usted es mejor que ella.
Observé como ponía una cara de sorpresa y casi sonreí.
-Lo está haciendo bien-susurré para terminar mientras me limpiaba la cara con la toalla.
Ella asintió y la vi volver al salón. Yo arrugué la nariz ante el desagradable olor y llené el baño de colonia de fresas tras tirar de la cadena. Cuando entré al salón mi padre y mi hermana se giraron para verme. Creo que se sintieron aliviados al no verme dividida en cachos o algo por el estilo.
-No voy a comer-anuncié-me siento mal.
No pude evitar posar mi mirada sobre Greg que ni si quiera se había girado. Por algún motivo, sentí algo de furia, por esa falta completa de… humanidad. Pero como todas las cosas, lo dejé pasar. Me fui a mi cuarto y me tumbé un rato sin quitarme el Greg frío y pasota de la cabeza. Decidí pensar en otra cosa para no sentirme tan indignada. Mientras recreaba la continuación de mi libro, fui cerrando los ojos hasta quedarme completamente dormida. Sólo logró despertarme de mi sueño, la escandalosa llegada de Susana al cuarto, pero ni por esas, despegué los párpados.
-Despierta dormilona-me dijo la voz grave de Greg entrando también en mi cuarto.
Mierda. Se me revolvió de nuevo el estómago al escucharle. Ni si quiera respondí. Vaya idiota. Cada día lo soportaba menos. Y eso que llevábamos dos días escasos como hermanos. Solo respingué un poco cuando se sentó a mi lado y me hizo botar en la cama. Me sorprendí cuando me pasó una mano por la cintura y abrí los ojos.
-¿Estás bien?-me preguntó.
-Ya estoy mejor-dije mirándole extraña.
“Este tío está tramando algo…”, pensé.
-Me alegro.
-Ya.
Nos quedamos en silencio y comenzamos a observar como Susana sacaba una muñeca del baúl de madera de los juguetes y empezaba a jugar con ella.
-¿Este es el libro que estás leyendo?-preguntó mientras cogía el libro que tenía sobre la mesilla con un marca páginas azul más o menos a la mitad.
-Sí-murmuré.
-Te gusta leer.-dijo medio afirmando medio preguntando.
-Sí-respondí.
Se hizo de nuevo el silencio.
-Oye, en serio, no sé qué quieres, pero si quieres algo ve al grano.-dije molesta.
-Bueno, bueno-farfulló él- sólo quería conocer un poco más a mi hermanita pequeña.
-Sólo tengo dos años menos que tú-dije irritada- no me trates como una niña.
-Te picas como una niña-espetó él sonriendo.
-Te ha obligado ella, ¿no? Casandra-bufé ignorando su última frase.
No respondió. Bingo. Entrelacé mis manos con un suspiro. ¿Por qué iba a hablar conmigo si no era obligado? A estas alturas ya tendría que hacerme a la idea. Pero había algo que no alcanzaba a comprender… nunca me había importado que no me hablaran o que me ignoraran, ¿por qué me importaba tanto con Greg? Quizá porque nunca se me había escapado alguien de mi familia. Aunque tampoco es que ya considerara a “Gregorio” mi hermano.
-No te aguanto-sentencié.
-Pues vas a tener que hacerlo los próximos años-dijo él sonriente.
-Preferiría que te fueras de casa a los dieciocho como la gente normal-murmuré entre dientes.
-Claro. Estudiaré medicina, me casaré con Julia y tendré seis hijos.
-Me pregunto si Julia está de acuerdo con eso…
-Por supuesto-dijo- el otro día le propuse matrimonio.
Le miré un instante, preguntándome si era verdad o mentira, pero su sonrisa bobalicona me valió para saber que estaba mintiendo como una rata.
-Ya. Y la has dejado embarazada.
La mirada que me puso me hizo desear no haber pronunciado aquellas palabras. Me levanté de la cama y me giré para fulminarle un poco. En mi mente era un montoncito de polvo, y la simple idea me hizo sonreír.
-¿Sabes? Por mucho…
No pude terminar la frase. Empecé a ver borroso y las piernas me cedieron. Casi ni sentí como caía al suelo, porque los brazos de Greg me sujetaron a tiempo. Por un momento pensé que me había muerto y que esas extrañas nubes eran el camino al cielo.
-Pero, ¿qué te pasa?-exclamó como si yo tuviera la culpa.
-Es que quizá lleve tiempo sin comer…-susurré con la mente llena de nubecitas rosas que me impedían pensar con claridad en lo que estaba diciendo.
-¿Cómo qué tiempo? ¿Cuánto?
Le miré. Parecía un perrito caliente deformado. La idea me hizo desviarme del tema y volver a fijarme en las nubecitas.
-Mira, hay una escalera de caracol-dije abobada.
-¡Ronnie!
-Un día y medio-mentí.
-¿Y por qué demonios no comes?
-Si lo voy a vomitar ¿para qué voy a comer?
-Joder, eres un caso-maldijo enfadado.
Noté como el estómago de me contraía y sentí sus brazos apretándome y levantándome hacia la cama.
-No te muevas, se lo voy a decir a Roberto.-murmuró.
-No…no se lo digas a mi padre…-dije.
-Oh, claro que sí-exclamó con esa sonrisa que tanto odiaba.
Me puse las manos en la cara y bufé. Quise levantarme, pero el mundo parecía estar en contra de eso, porque se movía de más. Por un momento sentí como si estuviera dentro de una gran pelota que no paraba de botar. Cerré los ojos con cansancio y deseé que ese horrible malestar que me recorría de pies a cabeza terminase. Y por una vez en la vida, Dios escuchó mis súplicas.