Les puse morros. Ya había venido la feria a la ciudad, y desde lejos se cernía amenazante sobre mi pobre figura. Yo, que no era capaz de montar ni en el tiovivo sin marearme... Suspiré y les miré con resignación.
-No pienso montarme en ninguna cosa que se levante cuatro metros desde el suelo.-tercié intentando que no me tamblara la voz.
-No seas así-me dijo Abril dejando la mochila encima de su mesa- nos lo pasaremos bien.
-Es verdad. Con el miedo se chafa todo. No seas cagueta.
Le miré un instante. Ya estaba poniendo en marcha su plan "pique" del cual ya estaba excesivamente acostumbrada. Pero para sus sorpresa, no caí en su trampa.
-Lo soy, lo admito-dije.
-Vamos, Carla-bufó Abril.-el año pasado me hiciste lo mismo. No puedo creer que aún tengas miedo de eso. Eres fuerte.
Abrí mucho los ojos consternada y miré hacia el suelo.
-No lo digas ni se te ocurra-dije muy seria.- en ocasiones parece que te de lo mismo lo que me pase.
-Sabes que no es así. Yo me preocupo mucho por ti, pero eso sólo pasó una vez, y no volverá a ocurrir.
Ismael nos miró a las dos confuso mientras esperaba a que alguna soltara algo de información.
-¿Qué me he perdido?
Ambas nos miramos y noté como ella titubeaba.
-Bueno... se cayó de una atracción y se rompió una pierna.
Me mordí el labio y me alegré de que mi amiga supiera improvisar.
-¿Y de dónde te caíste?
-En realidad se golpeó y bueno... fue en el Alcatraz-exclamó Abril.
-Es ese que son varias jaulas que giran...
-Sí, se abrió una.
-Ah... pero bueno, eso no pasa siempre. Créeme.
Asentí intentando mostrarle mi sonrisa más convincente. Sabía perfectamente lo que en realidad pasó. Siempre había preferido no recordarlo. Cuando estaba montada con Abril en una atracción, empecé a sentir unas punzadas en el pecho y casi me caí al suelo. Fueron los primeros síntomas de una enfermedad hereditaria del corazón. Sólo Abril lo sabía. Lo que ella no sabía era que aún la tenía. Y la tendría siempre. Tragué saliva y me esforcé en sonreír, reír, soltar un comentario, reír, sonreír.
´Salí a la calle y aspiré el aire del mediodía.
-Eh, espérame-me pidió Ismael cogiéndome una mano.
Cerré los dedos alrededor de ella y la abracé echando mis brazos alrededor de su cuello.
-Uy, mira que estás cariñosa hoy-observó pasando una mano por mi cintura y acariciándome el pelo.
-Estoy haciendo esto para que esta tarde no te odie. Me recuerdo continuamente que te quiero.
-Ya... pues no te va a servir de nada-dijo dándome un breve beso en los labios- te vas a montar en todas las atracciones... todas...
Me subí la cremallera de mi chaqueta y de la mano fuimos caminando por la calle. A pesar de sus amenazas estaba segura de que conseguiríra escaparme. Me llevó a casa, pasándose de su casa y antes de entrar me apretó contra él y dejó un suave beso en mi frente.
-Sabes que puedes confiar en mí, ¿no?
-Claro-murmuré sintiéndome algo mal.
-Maña quiero verte-murmuró él.- te contaré todo sobre mí. A las cuatro en la estación de autobuses frente a nuestro parque, antes de irnos a la feria.
Asentí algo nerviosa y dejé que me diera un breve beso en los labios.
-Te quiero-musité mientras se daba la vuelta para irse.
-Yo también.-me dijo él con una sonrisa.
Vi como desaparecía en la esquina, e inconscientemente, me puse la mano en el corazón. Otra vez. Sentí unas punzadas, pero se me pasó rápidamente. Abrí la puerta y crucé el jardín. Tenía tanto miedo... ¿y si... y si fuera grave? ¿Y si me moría? No podía morir aún, era muy joven, ¡me quedaba una vida por delante!
Pasé una tarde fatal. Ni si quiera llamé a Abril para salir. No tenía muchas ganas. Me tumbé en la cama, di vueltas de un lado a otro rollo hámster... estaba muy cansada. Pero sobre todo, preocupada.
¨* * *
Cuando llegué, Ismael estaba apoyado en una farola. Antes de acercarme leí en su rostro la preocupación y los nervios. Por un momento me asusté. ¿Era tan grave lo que tenía que contarme? No me atreví a pensar en una infidelidad. Le saludé pero no me atreví a darle un beso.
-¿Qué tal?
-Bien-respondí con un hilo de voz.
-Tranquila-murmuró él con una sonrisa- tampoco es muy importante. Pero sentí que tenía que contártelo.
Tragué saliva y observé como levantaba la mano y la giraba. Se desprendió de su reloj y le miré horrorizada un instante. El posó la mirada en el suelo y volvió a ponerse el reloj alrededor de la muñeca. Nunca pensé que escondiera eso. Sujeté sus manos un instante y luego le abracé con fuerza. No pude evitar que me cayeran las lágrimas.
-Lo siento... lo siento...-murmuré destrozada.
-No lo sientas-me dijo- tú has sufrido más que yo.
-Mentira.-susurré.
-¿Sabes?-dijo de repente- por eso me fijé en ti. Nadie en el mundo podía entenderme más que tú. Veía en tus ojos una seriedad que no era normal, las ganas de llorar continuamente. Deseaba que estuvieras a mi lado. Atraparte.
Le quité el reloj una vez más y acaricié la raya de la cicatriz que le cruzaba la muñeca. Una cicatriz que podía haberle quitado la vida. Pero por suerte, no lo consiguió.
-¿Por qué?-musité entre lágrimas.
-Cuando estaba en el colegio... mis padres se separaron. Un día... mi padre llegó a casa... y mató a mi madre delante de mí. Los padres que tengo ahora me acogieron hace un año. Mi padre está cumpliendo pena en la cárcel y mi madre ya te imaginas dónde.
Le callé la boca con la mano mientras seguía llorando. Siempre pensando que él nunca podría entenderme. Que nadie podía sufrir tanto como yo...
-Pero...-murmuró entre mi mano- me hice fuerte. Me prometí no volver a sufrir y encontrar a alguien a quién proteger, y no ser jamás como mi padre. Y cuando te conocí la encontré.
Empecé a sollozar más fuerte y enterré la cabeza más en su pecho.
-Vámonos a un lugar más apartado-me pidió él.
Asentí con la cabeza. Está bien. Se lo diría.
Caminamos de la mano y llegamos hasta nuestro parque. Allí me llevó bajo los árboles. Yo seguía llorando como una magdalena.
-No quería... que lloraras-me dijo él preocupado mientras me acariciaba la mejilla.
-No lo entiendes-dije de repente.-no sé por qué las cosas tienen que ser así.
-Yo no...-empezó a decir él confuso.
-Ismael yo.. yo tengo...
Me quedé petrificada. Sentí como si me arrancaran una parte del pecho, como si hubieran clavado un cuchillo por detrás y me hubiera atravesado. Agarré fuerte su camiseta y retorcí los dedos en ella.
-Carla... Carla, ¿qué te pasa? ¡Carla!
Empecé a verlo todo muy borroso. Me aferré con fuerza a él y empecé a hiperventilar.
-T-Todo es tan complicado... ¿sabes por qué me daba miedo ir... a la
competición? Por la puñetera posibilidad de que en medio de un partido me pase esto.
Él me miró aún sin comprender.
-Estoy enferma del corazón, Ismael.
Diciendo esto, con los últimos alientos y con el poco aire que me quedaba en el pecho, noté como mis ojos se cerraban involuntariamente y dejaba de sentir el suelo sobre mis pies.