Observé con cierto dolor como Abril tenía la cabeza apoyada en el regazo de Ismael. Con la yema de sus dedos acariciaba su brazo. Ella me mandaba miradas furtivas de vez en cuando, las cuales yo interpretaba como muestra de victoria. Pero yo veía a Ismael incómodo, como si le molestaran sus propias acciones. Decidí ni pensar en ello y centrarme en el juego. Vi como la botella giraba.
-¡Carla y Miranda!-exclamó Marta.
Me levanté a darle un beso en la mejilla. En el fondo este juego no me gustaba nada. No sabía que pasaría si me tocaba besar a Ismael.
-¡Ismael y Vanesa!
Miré con celos como Ismael dejaba la marca de sus labios en la mejilla de la chica y se volvía a sentar. Se me estaba haciendo insoportable. Pero entonces, tras que la botella girara una vez y otra, nos tocó. Una. A penas me rozó con sus labios. Dos. Tres.
-¡Morreo!-gritó María emocionada.
Cruzando las piernas escondí la cabeza. No quería. Observé de reojo a Abril y me sorprendió. Estaba riéndose y empujaba a Ismael hacia mí. No entendía nada. Nada de nada. Solo sé, que minutos después, estábamos en mi habitación, sentados en la cama, mirando cada uno por un lado.
-Podemos fingir que nos hemos besado e irnos-propuse haciendo círculos con mi dedo encima de la colcha.
-Ah…
Su propuesta no me sorprendió. Sabía que él me seguía queriendo, y yo a él. En el fondo, no sabía por qué huía de él.
-Necesitaba que las cosas… fueran más despacio-murmuré.
Sentí como su mano se ponía sobre la mía y un escalofrío me recorrió. Le miré. Acercó su rostro al mío, y cuando pensé que me iba a besar, dejó su aliento sobre mis labios y salió de la habitación. Mis ojos se inundaron de lágrimas. No podía. Esto era demasiado para mí. Era la primera vez, no podía culparme. Me metí dentro de mi cama y enterré la cara en lo más profundo de las sábanas.
Entonces imaginé a Ismael besando a otra. Ismael con otra. Yo no. Otra. Aparté las sábanas con rudeza y salí fuera de la habitación. Me apoyé en el marco de la puerta, y miré hacia el pasillo. Estaba apoyado en la pared y me miraba.
-¿Ya estás bien?-me preguntó.
-Sí…-murmuré.
Y acercándose a mí, me abrazó. Sus brazos me rodearon cálidos y fuertes. Unos brazos fieles, que no me iban a soltar nunca.
“-Sabes que te quiero, cariño.
-¿Seguro?
-Segurísimo. Mañana te traeré un regalito. Pero es una sorpresa.
-¿No me lo puedes dar ahora?
-Sé paciente. A tu hermano también le tengo uno, si no se enfadará. Tú no quieres que se enfade, ¿verdad?
-Ahora está siempre enfadado. Me echa siempre de su cuarto y no deja de dibujar “Marina” en su libreta. Creo que se ha buscado a una hermana mejor que yo.
-Eso no es verdad. Tú eres la mejor del mundo. Bueno, me voy, pórtate bien, ¿vale?
-¿A dónde vas?
-A trabajar.
-¿No has ido por la mañana?
-Por la tarde también. Duérmete y no me esperes despierta. Te quiero.
-Vale, papá…”
Me desperté en mi habitación, a la mañana siguiente. Me dolía la cabeza. Todos los recuerdos de la noche anterior se encontraban difusos en mi mente. Entonces me acordé y busqué desesperada a Ismael, pero en mi cama solo estaba yo.
-Se ha ido. Hace un rato-murmuró Natalia.
Tenía el pelo revuelto y las gafas torcidas sobre su nariz. En su regazo descansaban las increíbles aventuras de Sherlock Holmes. La miré con gesto de no entender.
-¿Aún no te enteras?-me espetó.-realmente eres tonta.
Sumergió su mente de nuevo en su libro y observé como pasaba las páginas con rapidez.
-Abril planeó todo esto-susurré.
-Ya te vas despertando-comentó ella sin apartar la vista de su lectura.-ese chico te llevó dormida a tu cuarto, te dejó allí y se durmió a tu lado. No objetamos nada. Hay que admitir que está muy bueno.
La miré sorprendida y logré divisar una sonrisa pícara en su cara.
-Bueno, y a ver si te concentras. Que con tu mal de amores no le dabas ni a una pelota.-se quejó.
-Bueno, eso te conviene, ¿no?
-Sí… pero no me apetece vencer a una idiota enamorada. Me apetece más vencerte en una situación en la que tenga la cabeza encima de los hombros. Para que veas que no me aprovecho de ti.
-No sueñes, Natalia.-murmuré- la competición, es mía.